Doce con treinta minutos era la hora en que se servía puntualmente el almuerzo en la mansión Sarkov. Las numerosas sirvientas trabajaban para que la enorme mesa estuviera impecablemente dispuesta, con los brillantes cubiertos de plata alineados a la perfección y los abundantes alimentos dando muestra de la prosperidad familiar. No era un simple almuerzo, era todo un banquete. Y apenas para tres personas. El pequeño Ingen comería en la cocina, excluido del evento social. Su juventud le impedía sacar conclusiones al respecto y eso era bueno. No sólo para que no resintiera el hecho, sino porque, por evidentes razones, sería una instancia muy tensa.
Samantha estuvo en su habitación lo que quedó de la mañana, haciendo algunas llamadas, devanándose los sesos para poder eludir su castigo y salvar a su jefe del almuerzo. Se consideraba una mujer creativa, pero las ideas ya se le agotaban. Estaba por poner en marcha la última que le quedaba.
A las doce con veintiocho minutos, una sirvienta le avisó a Vlad Sarkov que fuera al comedor porque el almuerzo estaba por comenzar. Él inhaló profundamente mientras bajaba las escaleras. No había sabido nada de Samantha en casi una hora y ella tampoco hizo acto de presencia durante el trayecto al comedor.
Su suerte estaba echada, ella así lo había querido.
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Dos horas duró el almuerzo entre Vlad, su madre y la mujer que ella planeaba fuera la nueva integrante del clan Sarkov. Una joven respetable, adinerada y con familia de tradición. Una candidata ideal para ser su nuera. Dulce, comedida, de ánimo sereno y paciente. Dichas cualidades eran importantes para tratar con Vlad, bien sabía ella que su joven hijo era quisquilloso.Él se había comportado bastante bien, apenas y había hablado. La muchacha había sido la más conversadora, eso le permitió conocerla y confirmar que había hecho la elección correcta. Ya sólo faltaba fijar la fecha de la boda.
Y que su hijo aceptara, por supuesto, pero eso era sólo un detalle.
Al terminar, Vlad acompañó a la muchacha hasta la entrada. Ella le había cogido el brazo. Tras ellos iba la madre, que al verlos tan juntos ya imaginaba el rostro de su primer nieto. Era muy joven para ser abuela, mejor sería decirles que esperaran un poco para procrear y disfrutaran de su matrimonio unos años. Podían viajar, hacer actividades juntos y todas las cosas que, con la llegada de los niños, se dificultaban. Ella había tenido a su primogénito nada más casarse y lo lamentaba. Sobre todo porque el retoño le había salido un poco díscolo y había terminado muriendo a temprana edad.
Vlad era diferente y, a pesar de todos sus problemas, Vlad la haría sentir orgullosa.
—Querido ¿Qué te ha parecido Mary Anne?
—Ella parecer ser todo lo que tú deseas para mí, madre. Bien hecho.
Su corazón brincó de alegría al oír tales palabras. Lo besó en ambas mejillas y partió a iniciar los preparativos de la boda. El magno evento debía rebosar de grandeza, como si de la boda de un príncipe se tratara. En cierta medida, Vlad Sarkov se estaba convirtiendo en eso y más.
En un oscuro rincón de la bodega de vinos, con olor a humedad y madera, Samantha, encogida, sintió su teléfono vibrar en el bolsillo de su vestido de sirvienta.
Jefe idiota: ven a mi habitación, ahora.
El momento del castigo había llegado.
Convencida de que la tardanza sólo lo enfurecería más, ella se atrevió a dejar su escondite. Obligó a sus pies temblorosos a dirigirse hasta la guarida del demonio, del tirano que iba a castigarla como si hubiera retrocedido unos doscientos años, a la época en que las personas podían ser dueños de otras. Ahora había leyes laborales y contratos que garantizaban la conformidad de las partes. ¿En qué lugar del suyo decía que debía dejarse golpear por el villano?
En ninguna, pero a nadie iba a importarle. Y de seguro si el patán le daba un puñetazo, se las arreglaría para que todo el mundo creyera que había sido ella quien le había golpeado el puño con la cara. Tenía ganas de llorar y salir corriendo. Ni cuando era niña la habían castigado a golpes, sus padres eran progresistas, conocedores de principios básicos de psicología infantil y piedad. La habían educado con amor y respeto y ella misma promovía tales valores en su diario vivir. Ahora, siendo adulta, un hombre en una posición de autoridad iba a someterla con castigos físicos, qué humillación. Qué frustración no poder salir corriendo y no volver a verle la cara nunca más. Qué sola y pequeña se sentía.
La puerta del infierno estaba entreabierta. Por ella vislumbró la silueta del demonio y recitó sus oraciones, encomendándose a quien fuera que la oyera y le importara. Por fin entró y se plantó frente a él, cabizbaja.
—¿Qué tienes que decir?
—Lo lamento, amo. Hice todo lo posible.
—Error. Decir que hiciste todo lo posible habla muy mal de tus capacidades. Si no me debieras tanto dinero te despediría en este mismo momento.
Si la hubiera despedido desde el inicio, la deuda no habría crecido como lo había hecho. Eso deseaba decir ella, pero sus deseos eran microscópicos.
—¿Me dirás que no volverá a pasar? ¿Qué de ahora en adelante tu trabajo será impecable?
Ella titubeó, dudando de sus propias palabras.
—No, amo. A usted no le gustan las mentiras.
Vlad enarcó una ceja. Ella seguía mirándose los zapatos y no vio que se mordía un labio también.
—¿Estás diciendo que fallarás a propósito? ¿Tanto deseas que te castigue?
Samantha alzó la cabeza de golpe. Su mueca de sorpresa fue tan intensa que se le acalambraron los músculos de la cara por la extensa apertura de la boca y los pulmones casi reventaron por todo el aire que inhaló.
—¡¿Cómo puede pensar que algo así sea posible?! ¡Hablo de mi torpeza! Haré mis mejores intentos, pero pueden ocurrir eventos que escapan de mi control, como ahora. No voy a prometerle que mi trabajo será perfecto porque no sé si pueda lograrlo, pero sí puedo prometer que haré mi mejor esfuerzo.
—Eso no me basta. Fallaste hoy en una simple tarea y vas a enfrentar las consecuencias. Ahora, date la vuelta y descúbrete la espalda.
La expresión de sorpresa duró lo que se mantuvo en pie la esperanza de salvarse. Ya nada se podía hacer. Con total calma se bajó la cremallera del vestido negro. Era un traje de luto para la muerte de su dignidad. El aire frío palpando la piel que iba quedando al descubierto la hizo estremecerse. Se dio la vuelta y bajó el vestido hasta su vientre. Toda su espalda quedó a merced del desalmado.
—Ve hacia la pared y apoya las palmas en ella. Si las despegas antes de que acabe, empezaré de nuevo.
Así lo hizo ella. Miró de reojo hacia su jefe. Lo vio quitándose el cinturón y ya no volvió a abrir los ojos. Estaban tan apretados como sus labios. Había decidido que, por muy intenso que fuera el dolor, no gritaría, no le daría esa satisfacción.
Oyó los pasos del hombre acercándose como el tic tac de un reloj que, con su agónico son, marcaba la hora de la muerte.
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Samantha ha fallado y el castigo es inevitable 😣¿Qué le hará su jefe?😖
¿Estará él dispuesto a casarse con alguien que apenas conoce? 🤔
¡Gracias por leer!
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Prisionera de Vlad Sarkov
Roman d'amourCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...