XX El sabor del karma

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Tras lavarse los dientes concienzudamente en su habitación, Samantha rio a carcajadas. Lo mejor había sido la expresión de Vlad Sarkov. Sí que lo había sorprendido. Había requerido de mucha determinación decidirse a besarlo, pero luego del casi robo y experimentar en primera persona la ocurrencia de un milagro, se había envalentonado. Y la adrenalina hacía hacer cosas impensadas. Había sido un simple beso y con su repugnante aliento a cebolla y ajo, ni cuenta se había dado del sabor de su jefe. Perfecto, nada desagradable que recordar. A ver si así el tipo aprendía a respetar a la gente. Se lo tenía más que merecido. Nadie era dueño de nadie y no estaba bien desear más de lo que se podía tener, sobre todo si se trataba de personas.

Se llevó un dulce de menta a la boca y fue a prepararle un té. Él no se lo había pedido, pero era la excusa perfecta para enterarse de los resultados de su plan.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó su jefe cuando se presentó en la habitación.

Estaba sentado en el sillón cerca de la ventana, en penumbras.

—Le traje un té, amo. Miel con limón.

Silencio absoluto. Qué agradable le pareció ese silencio en este momento. Samantha se atrevió a entrar. Dejó el té en la mesita junto al sillón. Ya dominaba a la perfección la tarea de servirlo en la cocina y llevarlo hasta allí sin derramar una sola gota.

Él siguió en silencio, con la mirada perdida, sin reaccionar a su presencia, tan pequeño y ausente, tan diferente del imponente hombre que hacía gala de su incuestionable superioridad, dominando a voluntad a quien se cruzara en su camino.

—¿Ocurre algo malo, amo?

“¿Le han hecho algo asqueroso, como besarlo con mal aliento? Tengo más dulces de menta o, si lo prefiere, podemos intercambiar experiencias. Un hombre asqueroso me ha obligado a dormir con él. Quizás podamos ir a terapia juntos”, pensó Samantha, agradecida por la oscuridad que ocultaba la sonrisa en su rostro.

—Lárgate —dijo él, con la voz apagada y lúgubre, cargada de la agonía de un último suspiro.

—Sí, amo. Qué tenga buenas noches.

No sabía si el hombre podría conciliar el sueño siquiera, no le importaba. No había sido su intención vengarse ni mucho menos, sólo comenzar a liberarse, pero si de paso él recibía algo de su propia medicina, no le parecia mal. Ella, por su parte, dormiría de maravillas.

〜✿〜


A la mañana siguiente, su jefe no estaba en el despacho cuando le llevó el café. Tampoco en el dormitorio, donde encontró el té sin beber todavía en la mesita. No estaba en ningún lugar de la casa y dudaba que se hubiera ido a trabajar tan temprano.

Vlad se había ido de viaje, supo luego por la señora. No tenía fecha estimada de regreso e interpretó aquello como un rotundo éxito. En cuanto a la tímida Maya, ella ya jamás volvería.

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Samantha cree que ha ganado esta batalla, pero ¿Quién ganará la guerra? 😏😏😏

¡Gracias por leer!

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora