LXXVII Pequeños secretos

21K 1.6K 757
                                    

Hoy era el gran día, el día en que Ingen haría uso del poder conferido por Samantha y cobraría su segundo vale. Terminada la escuela irían a visitar el museo.

La sorpresa empezó nada más cruzar la puerta de la institución. Ella lo había ido a buscar con el conductor. Ingen se despidió de una niña y fue corriendo con Sam. La joven no pudo evitar mirar con curiosidad a la pequeña rubia de rostro angelical que parecía una muñequita.

—¿Quién era esa niña tan linda? ¿Es tu amiga?

—Algo así —dijo él, bajando la mirada.

¿Algo así? ¿Algo así como una noviecita secreta? Parecía ser cosa de familia.

—¿Ella te gusta? Yo te guardo el secreto.

—¡Sam!

—¿Qué? Es normal que una niña te guste, o un niño, lo que tú prefieras.

Ingen se llevó una palma a la cara, suspirando.

—Mejor vayamos pronto al museo —dijo él, caminando hacia el auto.

Lo que el pobre e inocente Ingen no sabía era que, cuando a Samantha Reyes se le metía algo en la cabeza, difícilmente salía de allí, sobre todo si era una duda. La curiosidad sería su perdición, siempre lo supo, pero era más fuerte que ella, no le quedaba más que saciarla.

—Al menos dime cómo se llama.

—Ivette, pero le digo Ivi —dijo por fin Ingen o ella no lo dejaría disfrutar de la visita al museo en paz.

Ivi. Eso era tan tierno que Sam sintió que se le fundía el corazón. Se remontó a cuando ella tenía diez años. Todavía no le gustaban los chicos, pero había una bicicleta que le hacía ojitos cada vez que la veía al pasar por la vitrina de la tienda. La marca era Rubinstein y ella la llamaba Ruby. ¡Cuánto amaba esa bicicleta! Si hasta el corazón se le aceleraba al verla. Anhelaba convertirla en su amante, sin que los patines lo supieran.

—Ella no sabe que le digo Ivi, así que no se lo digas a nadie.

En su experiencia en la universidad Sarkov, con su reciente carrera de novia secreta, sospechó que aquí empezaba la parte turbia del asunto.

—Entonces ¿Cómo le dices cuando hablan?

—Hola… y adiós también.

—¿Y cuándo la llamas Ivi?

—Cuando pienso en ella.

Se alegró de que siguiera siendo algo tierno y no perverso.

—¿Puedo saber qué cosas piensas sobre ella?

—Hum… Que somos amigos, qué más podría ser.

—Claro, por supuesto. ¿Y por qué no le has preguntado si pueden ser amigos?

Ingen se subió a la réplica de una cápsula espacial Apolo. Miró maravillado todos los botones que allí había.

—¿Se lo has preguntado?

—Sí. —Pulsó algunos botones, imaginando que la nave despegaba y se iba hasta la luna. Allí, la escasa atmósfera haría imposible seguir oyendo las preguntas de Sam.

—¿Y? ¿Qué te dijo?

—Que no.

Sam sintió que su corazón fundido volvía a solidificarse para romperse en miles de pedazos. Una desilusión siendo tan pequeño era lamentable y más aún sobrellevar esa tristeza solo, porque dudaba que se lo hubiera contado a alguien más o la niña ya habría desaparecido.

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora