CXIII ¿Y el postre?

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—¿Elisa? ¿Qué haces aquí? preguntó Sam, mirando a la mujer que venía por el pasillo.

La sorpresa de Elisa era tanta como la de Sam y Caín, pero no se le notó en lo absoluto.

—Supe que Caín estaba aquí y vine a visitarlo.

Sam miró al hombre. Sus ojos, todavía enrojecidos, parecían aterrados.

—¿Eres su fan también?

—Por supuesto.

Sam no se lo creía. Ella tenía mucha imaginación, pero pensar en Elisa, tan formal y compuesta, rockeando como una loca desatada, le resultaba muy difícil.

—Parece que te dieron una paliza. Me preguntaba por qué habría sido, pero ya me estoy haciendo una idea. —Elisa miró a Sam.

Caín se levantó, interponiéndose entre ambas mujeres.

—Ven, hablemos afuera. —Cogió a Elisa del brazo.

—Espera, yo quiero hablar con Samantha ¿Por qué está ella aquí?

—Dije que hablaremos afuera. —La jaló por el pasillo.

—Suéltame, sólo quiero hablar, ¿Por qué estás tan nervioso?

Sam miraba para todos lados, preguntándose dónde estaba Vincent.

El avance de Caín y Elisa se detuvo. De su bolso ella sacó un arma y le apuntó directo a la cara. Caín retrocedió.

—No te acerques o ya sabes lo que pasará. —Apuntó ahora a Sam.

Caín la cubrió con su cuerpo.

—¡¿Qué estás haciendo?! Baja eso y cálmate —le pidió él.

—Estoy muy calmada. Ahora, los dos me van a acompañar y, si hacen alguna estupidez, lo lamentarán. —Cogió a Sam de un brazo y le pegó el cañón contra la espalda—. Max, camina adelante.

Él así lo hizo. Avanzó por el pasillo. A unos cuatro pasos de él lo hacían Sam y Elisa.

Se detuvieron esperando el ascensor.

Lo llamaste Max —reflexionó Sam, con el cerebro trabajando a la máxima capacidad que se lo permitían los analgésicos y la repentina sorpresa por lo que ocurría.

Entraron al ascensor. Elisa pulsó el botón del nivel menos uno.

En el cuarto piso, debajo de donde estaba internada Sam, una mujer había empezado a agredir al personal del hospital. Vincent se había encontrado con la escena al ir por un café. Estaba reduciéndola cuando por el ascensor bajaban Elisa y sus rehenes.

—No puede ser… ¿Eres Violeta? —exclamó Sam.

Las oscuras piezas del intrincado puzzle empezaban a encajar en su cabeza. La mujer sabía que Caín era Maximov, se había vuelto la novia de Vlad recientemente, pese a llevar mucho tiempo con él y, sin razones aparentes, le apuntaba con un arma.

Y Vlad sospechaba de ella.

—¡¿Lo eres?!

Bajaron del ascensor y avanzaron por el solitario estacionamiento hasta el auto de Violeta.

—Sí ¿Por qué te importa tanto? —respondió, abriendo la puerta trasera.

¿En serio ella preguntaba eso? ¿Estaba mal de la cabeza? Definitivamente debía estarlo si le apuntaba con un arma y si resultaba ser la responsable de todas las muertes y tragedias tan espantosas que rodeaban a los Sarkovs.

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora