En un remoto rincón de la playa, detrás de unas rocas y lejos de los ojos de los curiosos, hasta donde ellos sabían, los cuerpos de Sam y Juan se balanceaban al ritmo de las olas. Era la unión sutil de dos personas que acababan de conocerse, porque podía ser Vlad, pero era diferente, era alguien nuevo. Aún así, la sensación de estar en territorio conocido era potente, hasta Juan lo sentía de ese modo. Eso lo intrigaba. Y por mucho que deseara cooperar para saciar la sed de venganza que dominaba a la agraviada mujer, sabía que no estaba bien, así que se negó. Ella pareció más triste que cuando le contó sobre la homosexualidad de su novio.
“¿Bailarías conmigo entonces?”, le preguntó ella.
Él no sabía bailar, no tenía ganas de bailar.
Le dijo que sí. La abrazó y empezaron a dibujar en la arena algo parecido a un triángulo, moviéndose en un suave ritmo de vals. Así estuvieron en un instante que pareció eterno y fugaz al mismo tiempo, como si eso fuera posible. Sam, con la cabeza apoyada en el hombro del que había sido su novio, daba por finalizado su juego. Era hora de volver a la realidad.
—Yo sé por lo que estás pasando. Sé que no te llamas Juan. Sé que no recuerdas nada.
El baile se detuvo. Vlad se alejó para mirarla.
—También sé que tienes un tatuaje en el costado, sobre la cadera.
—¿Quién eres? —preguntó él, soltándola.
—¿Me preguntas quién soy yo y no quién eres tú?
—No seré quien tú digas que soy, eso lo decido yo.
Sam asintió, inhalando profundamente.
—Soy tu novia, Vlad. Ese es tu nombre, no Juan. Tienes fuga disociativa, es un tipo de amnesia. Cuando tienes un episodio, te desorientas y te pierdes. Esta vez viniste hasta esta playa a trabajar como mesero. No sé por qué no buscaste ayuda o por qué no te importó no recordar nada. Tampoco puedo culparte por querer olvidar y empezar de nuevo. Eres libre de decidir quién quieres ser y a quién le permites estar en tu vida. Puedes tomarte el tiempo que necesites. Espero que estés bien.
Alcanzó a dar sólo unos cuantos pasos en la arena. Vlad la detuvo del brazo.
—Quiero oír más. Quiero evidencias de que lo que dices es cierto.
Sam lo llevó hasta el hotel. En su habitación le mostró algunas de las fotografías que se habían sacado juntos.
—Ese hombro podría ser de cualquiera —reclamó él.
El hombro era lo único que había alcanzado a salir en la toma antes de que él se moviera.
—Por alguna razón no te gustan las fotos, siempre te arrancas. Por lo mismo, te saqué unas una vez mientras dormías. —Se las mostró.
—Pudiste haberte metido por la ventana y aprovechar de fotografiarme.
—Pues sí, pero no lo hice. De verdad soy tu novia.
—¿Y el homosexual?
—Se llama Félix y es mi amigo. Quise ponerte celoso, pero no funcionó. En realidad nada funcionó porque ya no me quieres. —Hizo un puchero.
Vlad le pellizcó una mejilla. La soltó al instante, sin comprender por qué lo había hecho. Le pidió que le contara cómo se habían conocido. Sam hizo un resumen de los principales eventos que habían cimentado su relación.
—¿En serio dejaste que te obligara a dormir conmigo?
—Estaba muy asustada, no quería hacerte enojar.
ESTÁS LEYENDO
Prisionera de Vlad Sarkov
Roman d'amourCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...