XLVI Descansar, ni pensarlo

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Sam llegó a la habitación de su jefe vistiendo su pijama peludo. La señora le había dado mucho en qué pensar. Demasiado en qué pensar ¿Qué era eso de las operaciones? Si ella lo decía era porque él ya lo había hecho antes ¿No? Igual podía ser que sólo nombrara perversiones al azar, pero conociendo a su jefe, él era capaz de eso y mucho más.

Él estaba leyendo en la cama cuando ella llegó. Dejó el libro a un costado y la llamó a su lado. Sam fue a paso lento y como si cargara el mundo sobre sus hombros.

—¿Qué te pasa? ¿Estás enfadada?

—No, sólo estoy cansada.

—Si tus trabajos de fotógrafa te quitan la energía para servirme a mí, tendrás que dejarlos.

—¡No, amo, no! No es mi cuerpo el que está cansado, es mi cabeza… trabajar aquí es muy estresante.

En un repentino movimiento la acostó en la cama, quedando sobre ella. La besó hasta dejarla sin aliento mientras recorría cada parte de su cuerpo con sus hambrientas manos.

—¿Igor ha vuelto a molestarte?

Ella negó, sintiéndolo deslizarle el pantalón y tocar aquella parte tan sensible. La humedad que le provocaba le permitía juguetear con los dedos fácilmente. Ella gimió cuando uno llegó muy adentro. Apretó las sábanas, intentando respirar por el poco espacio que la boca de su jefe le dejaba.

—¿Alguien más te ha dado problemas?

Ella volvió a negar, mordiéndose los labios. Esos dedos no se quedaban quietos y ella estaba tan sensible.

—Entonces te quejas por nada. No te castigo sólo porque tu cara sí luce cansada. El placer te relajará, no tienes que hacer nada, yo lo haré todo.

Eso no era para nada garantía de descanso. Estaba completamente segura de que, cuando su jefe terminara, no podría ni moverse. Y habría que comprar otro colchón.

〜✿〜


Sam se negaba a abrir los ojos. Fueron sus propios gemidos los que la despertaron. El tirano de su jefe era una bestia incansable con esas baterías de demonio que debía tener en alguna parte. Lo tenía encima todavía, le besaba el vientre, pero había estado en otras partes. La sensación de su lengua estaba impresa con fuego sobre su piel húmeda, de sus chupones y mordiscos también. Se vio varias marcas en el vientre y otras en los senos y piernas. No iba a quejarse. Era preferible unas cuantas marquitas temporales que perder un riñón. Los ejemplos de la señora la habían asustado y recordar a su jefe pegándole curitas, rociándole alcohol desinfectante y vendándole el brazo sólo lo empeoraba.

—¿Todavía estás cansada?

—¿Dormí en algún momento?

Vlad rio a carcajadas, apoyándose en el codo. No estaban acostados sobre las sábanas, sino sobre una gruesa colcha. “El colchón”, pensó ella. “Arruiné otro colchón”.

—Eres una perezosa, Sam. No hay nada que te despierte cuando duermes. A menos que lo hagas sola.

—Estoy trabajando para usted de día y de noche. Deberíamos revisar los horarios.

—Mientras más horas trabajes para mí, antes pagarás tu deuda.

La estaba sobreexplotando, ya ni dormir en paz la dejaba, pero no iba a quejarse. No quería un castigo.

—Me gustaría un estado actual de mi deuda, para ver cómo voy.

—¿Eres masoquista, Sam? Haberlo dicho antes. —Estiró la mano y le pellizcó un pezón.

Sam gritó, apartándolo. Pronto las manos de su jefe se movieron como los tentáculos de un pulpo buscando dónde pellizcar. ¡Por qué no sonaba la alarma!

—¡Piedad, amo! No soy masoquista ¡Ay! —Logró estirarse para mirar el reloj.

Las tres de la tarde. No podía creerlo. Su jefe no había ido a trabajar y ella había dormido hasta esa hora. Con razón tenía tantas marcas, el sádico de Vlad Sarkov había tenido mucho tiempo para torturarla. Por fin acabó con los pellizcos y se dejó caer de espaldas. Ella estaba boca abajo. Se cubrió con otra colcha que había.

—Amo Vlad ¿Quiere que prepare su desayuno?

—Ya desayuné, Sam y almorcé también mientras tú seguías roncando. Es una vergüenza. Deberías ser un perezoso y no un cervatillo.

—Soy un ser humano. Aunque a usted no le guste recordarlo.

Vlad dejó de reír.

—Yo no lo he olvidado.

—No quise decir eso, amo. Soy una idiota, lo lamento. ¡Castígueme, me lo merezco! ¡Castígueme, amo, castígueme!

Él volvió a reír.

—Ahí está, eres una masoquista desesperada. Habrá que comprar fustas, cuerdas y un collar de perro.

¡Santo Dios, la jaula!

El teléfono de Vlad comenzó a sonar. Ella se apresuró a cogerlo. Lo llamaba Elisa, quien quiera que fuera. Le ordenó que lo pusiera en altavoz.

Amo Vlad, los informes están listos, se los llevaré cuando vaya al aeródromo —dijo una suave voz que le pareció muy hermosa.

—No es necesario, Elisa, envía a alguien más. Tú no irás al viaje, quiero que te quedes supervisando el asunto de Mediablast.

El demonio saldría de viaje ¡Eso era toda una bendición! Unos días lejos de él le vendrían de maravillas para recuperar energías y su fortaleza mental.

Pero amo Vlad ¿Quién lo asistirá? Yo hice los informes, estoy al tanto de todos los detalles.

—No me será difícil encontrar a alguien que sepa leer, no insistas con el tema. Eres sólo una asistente, puedo reemplazarte cuando quiera.

¡Su jefe era vil y despiadado con todos sus empleados! Ya sentía pena por la pobre mujer, que tenía que aguantarlo todo el día en la empresa.

Sí, amo Vlad. Me disculpo.

Se había oído tan triste al final que Sam quiso cruzar por el teléfono y darle un abrazo. Y maldecir juntas al tirano. Al menos tenía el consuelo de que gozaría unos días sin él.

—¿Por cuánto tiempo será su viaje, amo?

—Una semana —dijo él, saliendo de la cama.

¡Toda una semana sin él! Sería el cielo, su paraíso privado.

—Ve a preparar tu equipaje, Sam. Vendrás conmigo.

Tal declaración fue como que la partiera un rayo. Claro que iría al cielo. Ya estaba muerta, sólo no le habían avisado.

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Una semana para ellos solos y lejos de la mansión Sarkov 😏

¿Qué les gustaría que pasara? 🤔

¡Gracias por leer!

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora