Vlad estaba sentado a la cabeza de la larga mesa con los directivos. Lucía radiante y descansado. Nadie imaginaría que hubiera estado bebiendo hasta altas horas de la madrugada. La única hora que saldría con Sam acabó por alargarse, un trago llevó a otro y ella terminó bailando sobre la mesa. La Sam ebria y feliz era muy diferente de la Sam ebria y furiosa.
Era atrevida, un cervatillo salvaje. Recordar el seductor striptease que ella le había dedicado casi podría hacerlo sonrojarse. Sin embargo, allí estaba, el frío, despiadado, altivo e indiferente Vlad Sarkov, con la vista fija en las gráficas y sus curvas ascendentes, concentrándose por alejar de su mente las enloquecedoras curvas de su novia. Nadie imaginaría los sucios pensamientos que él tenía, mezclándose con las cifras de las utilidades de su división en las empresas Sarkov. El hecho de que estuviera pensando en una mujer ya les parecería extraño.
Nadie se atrevía a decírselo, pero lo apoyaban. Era su jefe y, si algún día decidía salir del clóset, ellos lo apoyarían. Estaban seguros de que, cuando llegara ese día, el mal humor que aquejaba al reprimido hombre se acabaría para siempre. Y llegaría la primavera a empresas Sarkov, que tanto tiempo llevaba soportando el crudo invierno.
La reunión finalizó y Vlad fue a su oficina, seguido de Elisa. Ella se sentó en el escritorio a un costado del de su jefe y comenzó a teclear el reporte. Él sacó su teléfono. Sam seguía dormida cuando dejó la mansión. Le enviaría un mensaje.
Vlad: ¿Ya te despertaste, dormilona?
Se quedó mirando la pantalla, no muy convencido de las palabras escogidas. Lo primero que ella recibiera de él por la mañana no podía ser una crítica. Además, no es que estuviera durmiendo demasiado, sino lo necesario luego de irse a la cama tan tarde y gastar tanta energía sobre ella. Borró el mensaje y volvió a escribir.
Vlad: Hola Sam ¿Cómo estás?
No. Demasiado simple e insípido. Ella no era su amiga y él no era un púber imberbe, era un hombre sofisticado, de mundo, con un dominio del lenguaje por sobre la media. Y con tantas palabras que él conocía, no entendía por qué no lograba dar con una combinación que lo dejara satisfecho.
—Elisa ¿Tienes novio?
La mujer alzó la vista lentamente. Sus manos se quedaron suspendidas sobre el teclado. La luz de la pantalla se reflejaba en sus enormes gafas de cristales circulares, ocultando sus ojos.
—No, señor, no tengo.
Claro que no tenía. La mujer era una aburrida, tan simple e insípida como el mensaje que miraba con desprecio. Lo borró. Elisa se quedó esperando a que él revelara la razón de hacer tan personal pregunta. Su jefe no solía mostrar interés por la vida privada de los demás. Últimamente estaba actuando más extraño que de costumbre. Y estaba en silencio usando su teléfono en vez de quejarse por algo o dictarle lo que debía quedar estipulado en el reporte para la siguiente reunión. Lo positivo era que ella podía trabajar con tranquilidad.
El nuevo mensaje de Vlad tenía mayor proyección.
Vlad: Buenos días, Sam ¿Qué tal estás?
Definitivamente no. Cualquier persona podría enviarle un mensaje así. Debía escribir uno que, al leerlo, se supiera que venía de su novio. Hizo una corrección.
Vlad: Buenos días, Sam ¿Qué tal estás? ❤️
¡Ni hablar! El mensaje debía decir que venía de su novio Vlad Sarkov y él no era un hombre que enviara corazones. Lo borró al instante.
—¡Informa a recursos humanos que amonesten a Aguayo! Que no crea que no noté que se estaba quedando dormido durante la reunión —dijo de repente y tan alto que Elisa se sobresaltó.
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Prisionera de Vlad Sarkov
RomantizmCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...