LXXV Una estrella para ti

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—Y la estrella más brillante del cielo nocturno es Sirio —dijo Vlad, buscándola desde la ventana.

No tenía idea de cómo lo sabía, pero estaba seguro de no estar mintiendo.

Ingen salió de la cama de un brinco y corrió hasta su lado.

—¿Es esa de ahí? —Apuntó con su dedo al que para él era el astro más luminoso.

—Sí, forma parte de la constelación Can Mayor —agregó Vlad, que empezaba a extrañarse de sus propias palabras.

Él no era de los ilusos que se la pasaban suspirando mientras veían las estrellas, él se admiraba de tener siempre los pies puestos bien firme sobre la tierra, y la cabeza también.

—¿Can Mayor? —preguntó Ingen.

—Es uno de los perros que acompaña a Orión, el cazador... —Se calló abruptamente, sintiendo que alguien más hablaba por su boca, como si estuviera poseído.

Una posesión demoniaca.

Se volvió a ver a Sam que, desde la cama, le dedicó una deslumbrante y tierna sonrisa, tan brillante como Sirio. Sintió escalofríos. Desde la llegada de la mujer había experimentado numerosos cambios de conducta. No era extraño pensar que ella dominara algún tipo de arte oscura como la brujería porque lo tenía completamente hechizado.

—Sam ¿En la enciclopedia hablan de Sirio? —preguntó el niño.

Ella hojeó el libro.

—Hay una fotografía, pero en directo debe verse mucho mejor.

La sorpresa y satisfacción en el rostro de Ingen mirando hacia el cielo era incomparable. Vlad jamás había visto tan luminoso aquel ojo gris, ni tan vivo el verde. Él no era el único hechizado, eso estaba claro.

Acabada la lectura, Ingen rodeó a Sam a la altura del cuello y le deseó las buenas noches. A Vlad sólo le deseó las buenas noches, tímidamente. Recibió una caricia en la cabeza que le despeinó el cabello. La sonrisa de Vlad fue mucho más genuina esta vez y él la respondió de buena gana.

—Alguien se merece un premio —dijo Sam cuando dejaron la habitación.

Vlad la cogió de la mano.

—Creo que sería un buen momento para que nos acompañen tus amigas chinas —le susurró él.

Ella también merecía un premio.

〜✿〜


Sam sonreía aun antes de abrir los ojos a la claridad del día. Así daba gusto despertarse, con ese cosquilleo tan delicioso de los jugueteos mañaneros de su novio perverso estremeciéndola de pies a cabeza.

—Me preocupaba que ser novios hubiera extinto nuestra chispa, pero estamos mejor que nunca —dijo él, dándole un suave mordisco en la piel sobre el hueso de la cadera.

Sam se retorció, estirando la mano para acariciarle el cabello.

—Una vez, cuando tenía nueve años, iba pasando fuera del despacho de papá y lo oí hablando con alguien. Le decía: “Hmm, esto es delicioso, mi mujer nunca lo haría tan bien” —Empezó a contar Sam.

Vlad se apoyó sobre el codo, prestándole toda su atención.

—Yo pensé que estaba hablando de comida.

—Tu inocencia infantil es muy sexy —dijo él, riendo—. Me dan ganas de entrar en ese recuerdo, pellizcarte las mejillas y darte unas nalgadas por escuchar lo que no debes.

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora