XCIX Un poco de luz

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Una vez más el personal completo de la mansión Sarkov se preparaba para el regreso de uno de sus más jóvenes habitantes. Una vez más la incertidumbre hacía del corazón de Sam su territorio. Esperó en la entrada con el resto de miembros de la familia. Anya, parada junto a Tomken y con Ingen en el medio estaban frente a ella. Con los pulcramente podados pinos tras ellos eran la postal soñada de la familia perfecta.

No había familias perfectas, pero le hubiera gustado fotografiarlos.

El auto negro con Vlad en su interior por fin llegó. Era el mismo modelo del que se había desbarrancado. Markus bajó y enseguida le abrió la puerta a Vlad.

La primera mirada que el hombre les dio echó por tierra todas las esperanzas de Sam. Era la cara de estar sufriendo el peor caso de hemorroides del mundo.

—¡Vlad, querido! —Anya fue hacia él con los brazos abiertos.

Vlad se detuvo de golpe, mirándola como si se hubiera vuelto loca. ¡Qué impertinencia era esa! Querer abrazarlo, qué locura.

—Madre, padre, hermano. Si me disculpan, tengo mucho trabajo pendiente.

Él se perdió en las profundidades de la mansión, como un suspiro que se desvanece en el aire. La familia perfecta se dispersó. Anya también entró, aferrándose el pecho y con un pañuelo listo para cuando vinieran las lágrimas. Sam imaginó que se iría a beber.

—Debe ser la menopausia —balbuceó Tomken, llamando a su chofer.

No le extrañaría nada que el hombre se fuera con alguien más joven.

—Una y otra vez lo mismo —dijo Ingen, entrando también a la casa.

Iría a jugar videojuegos.

Sólo Sam permaneció en la entrada. Miró hacia la puerta de la mansión por varios segundos y fue a sentarse en el banco junto a los pinos. A pesar de todo era una bonita tarde.

En el tercer piso, Vlad se precipitó dentro de su despacho y se sentó tras su escritorio. El lugar donde trabajaba en casa era bastante aburrido y deprimente, rozando lo lúgrubre. No imaginaba poder estar sentado allí más de diez minutos. Giró en su silla para abrir la ventana.

—Hay aire acondicionado —le dijo Markus.

—Quiero aire real… algo que sea real. —Esperó la llegada de la fragante brisa que era el aliento del jardín.

Jamás llegó, el jardín se había dormido o muerto, ya no respiraba. Se volvió otra vez a su escritorio y suspiró. Al final terminó yendo a la clínica. En el lugar lo habían ayudado, claro que sí. Lo ayudaron a no enloquecer al enterarse de lo que había pasado en los últimos diez años. Su mal presentimiento había resultado muy certero, ya jamás volvería a ver a Maximov. Y tenía un trabajo, era el exitoso CEO de una de las divisiones más importantes de empresas Sarkov. Qué orgullo.

Con expresión apática sacó la carpeta azul de la que Markus le había hablado. Qué patético. Había acabado teniendo un diario de vida como si fuera una niñita.

“Aquí escribiré mis pensamientos sobre”…

Partió viendo las fichas desde el final.

…“sobre Samantha Reyes”.

Sentía vergüenza de sí mismo y de su debilidad. Todos los adultos apestaban y había acabado siendo el peor.

—¿Tú sabes lo que está escrito aquí? —Aferró la carpeta contra su pecho con aprensión.

Temía ser la burla del rudo guardaespaldas.

—Sólo sé lo que usted me cuenta, amo Vlad.

Eso era un alivio. Vlad empezó a leer lo que había escrito sobre Sam.

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora