XLII Practica tus aprendizajes

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Sam abrió los ojos y quiso cerrarlos inmediatamente. Escondió la cabeza en la almohada.

—No tienes nada de qué avergonzarte, Sam —dijo Vlad, con una deslumbrante y ciertamente sádica sonrisa—. Yo soy tu amo y tienes que obedecerme. Todo lo que hiciste anoche fue porque yo te ordené hacerlo ¿No? Soy un hombre muy malvado.

Eso era completamente cierto. Ella era la víctima de los tratos crueles y lujuriosos de Vlad Sarkov, de sus torturas irresistibles y del placer insoportable que le causaba. ¡Ella era la víctima!

—Usted es un monstruo, amo —dijo por fin, volviendo a poner la cabeza sobre la almohada.

Vlad la besó. Ella todavía tenía las curitas pegadas en el rostro. Con su dedo dibujó la de la frente, trazando todo el borde. Le hacía falta una en el pómulo y más aroma a desinfectante de heridas no estaría mal, pensó él.

—Sam ¿Qué hiciste con el inmovilizador de tu brazo?

—Está guardado en mi habitación.

—Quiero que esté aquí, podríamos necesitarlo.

—¿Cuándo?

Vlad subió sobre ella, cogiéndole las muñecas.

—Cuando sienta que te sobra un brazo.

Sam se sobresaltó. Al menos usaría el inmovilizador para solucionar el aparente “problema” y no un hacha. Los extraños gustos de su jefe no dejaban de sorprenderla.

Los besos y caricias de Vlad se prolongaron hasta que sonó la alarma. La pasión y el deseo que parecían consumirlo se desvanecieron de golpe con aquel sonido y la dejó toda temblorosa y necesitada de más, aunque eso ella jamás lo admitiría. Ella era la víctima.

—Sam, he estado pensando en tus preocupaciones de poder servirme como corresponde y añadí unas clases más a tu preparación. Comenzarás hoy, el horario está en la agenda.

Ella buscó en su teléfono la agenda que compartían. La clase era a las cuatro de la tarde. Dejó la habitación antes de que su jefe saliera del baño para comenzar su día laboral.

—¿Qué te ocurrió en la frente? —le preguntó la señora al encontrársela en un pasillo al costado del salón.

—Nada, señora —respondió, quitándose la curita.

—Ya veo, así que ya empezó con eso —dijo para sí—. Vamos, qué haces aquí, ve a cumplir con tus obligaciones.

〜✿〜


Puntualmente a las cuatro de la tarde se presentó en la mansión una mujer buscando a Samantha. Tenía el cabello largo, el más largo que Sam hubiera visto, le llegaba casi a las rodillas. Usaba un vestido holgado que le cubría hasta los tobillos y un bolso hecho con retazos. Se la imaginaba vegana, amante de la naturaleza, del incienso, la meditación, el yoga y libre como el viento.

¿Para qué Vlad Sarkov contrataría a una persona así?

Cuando la mujer, que dijo llamarse Paloma Blanca, pidió un lugar tranquilo para conversar, Sam la llevó a la biblioteca. Sólo Ingen estaba allí, haciendo su tarea en un rincón. Las saludó con la mano y siguió en lo suyo. Ellas se sentaron en el extremo opuesto.

—Te haré unas preguntas para crear tu perfil y adaptar las sesiones a tus necesidades.

Sam asintió, todavía media perdida, pero muy curiosa.

—Bien, primera pregunta. Cuando metes los dedos en tu vagina ¿Qué tan firmes sientes que están los músculos?

Con la mandíbula a medio desencajar, Sam miró a Ingen, esperando que no hubiera oído. La expresión de espanto del niño le indicó lo contrario.

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora