Sam llegó hasta el descanso de la escalera en el segundo piso. Miró a ambos lados del pasillo. No había moros en la costa. Avanzó a hurtadillas hasta la puerta de su habitación. Su sexto sentido la hizo pegar el oído contra la brillante y añosa madera. El absoluto silencio que percibió del otro lado no la tranquilizó, bien podía haber un demonio esperándola dentro. Se fue hacia la puerta del frente y entró a la habitación de Ingen.
—Sam ¿Por qué no tocaste la puerta? Me asustaste —dijo el niño, metiéndose a la cama.
Ella sólo le sonrió. Cogió la enciclopedia y continuó la lectura que llevaban sobre el sistema solar. Hoy era el turno de Júpiter y sus satélites naturales. Eran decenas y habían impresionantes imágenes, así como información muy detallada sobre ellas. Europa, una de las primeras en ser descubierta, tenía un océano líquido bajo la corteza de hielo que cubría su superficie y se investigaba si podría llegar a ser apta para la vida humana.
—¿Te imaginas vivir en una luna de Júpiter? El cielo se vería ocupado por el planeta casi en su totalidad, tan grande y tan cerca.
—Daría mucho miedo —dijo Ingen—. Si nos vamos, tú debes venir conmigo.
Ella asintió, siguiendo con la lectura. Las imágenes eran lo que a ambos más les gustaba. Fotografiar el universo debía ser asombroso, tanto como fotografiar la vida microscópica, universos que se alejaban más allá de los alcances de la visión humana, pero que podían ser desentrañados gracias a la tecnología. Se le ocurrió comprar lentes para su cámara, con mucho aumento para tomar fotografías impresionantes en el jardín.
—Sam —dijo Ingen, bostezando luego de un rato—. Ya es tarde, tengo sueño.
—Pero apenas vamos en la luna veinticuatro, nos quedan más de cincuenta.
Ingen volvió a bostezar. Sam siguió leyendo, atenta a cualquier sonido que viniera desde el pasillo. Pronto ella también comenzó a bostezar. Ya era la una y media de la madrugada, Ingen se había dormido y a ella le faltaba poco. La cama era bastante amplia y el niño ocupaba poco espacio. Dejó el libro en la mesita de noche y acomodó la cabeza en la almohada. Los párpados le pesaban, poco a poco se rindió ante ellos. Siguió viendo a Ingen en sus sueños, caminaban por una llanura desolada. En el cielo, el enorme Júpiter parecía que les caería encima en cualquier momento, el sol no era nada junto a él, una pequeña estrella brillante que ni sombra les provocaba y ellos ya no caminaban ni corrían, se deslizaban sobre la superficie congelada. Ella amaba patinar y ahora patinaba en la luna de Júpiter donde vivían.
—¡Sam, sí hay vida! —le gritó Ingen, que se había adelantado—. ¡Mira bajo el hielo!
Ella miró hacia sus pies. Bajo la gruesa capa helada vio unos peces gordos con tres ojos y tentáculos serpenteando en las profundidades. Tomó la cámara que colgaba de su cuello y enfocó a las extraordinarias criaturas. Un sobresalto justo cuando pulsó el botón la hizo perder el foco. Alguien le había tocado el trasero.
—¿Por qué usted también vino?
—No creerías que te dejaría venir sola a esta luna de Júpiter ¿O sí, Sam?
—¿Cómo llegó?
—Soy Vlad Sarkov, tengo mi propia nave espacial.
—Quiero fotografiar a los peces, no me distraiga. —Enfocó nuevamente.
Esta vez recibió una fuerte nalgada.
—¿Por qué hizo eso?
—Porque viniste en la nave de Ken Inver ¿Te contó chistecitos durante el viaje? ¿Te reíste mucho, Sam?
Ni estando tan lejos de la Tierra podía librarse de él.
—Usted no tiene que estar aquí, váyase a su planeta.
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Prisionera de Vlad Sarkov
RomanceCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...