II Ojos prohibidos

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—¿Cómo es eso de que dejaste de ir a la escuela? —cuestionó Vlad durante la cena.

El pequeño Ingen se sobresaltó, mirando a su madre en señal de ayuda.

—No se llevaba bien con sus compañeros —dijo ella con simpleza, degustando la deliciosa comida que sus expertos chefs habían preparado—. ¿Te ha gustado la langosta? Las trajimos del mediterráneo especialmente para ti.

—¿Cambiarlo a otra escuela no era una opción?

Ahora era ella la cuestionada. Lamentaba que su esposo no estuviera para apoyarla, pues se encontraba de viaje.

—Ya lo hemos cambiado varias veces y es siempre lo mismo.

El pequeño bajó la cabeza, persiguiendo con el tenedor un trozo de carne, sin atreverse a pincharla. Él era el problema una vez más.

—¿No pensaste en hacer que los que se cambiaran fuesen los otros?

La mujer lo miró con sorpresa. La idea ni siquiera se le había pasado por la cabeza por considerarla completamente absurda.

—Yo hablaré con los padres para que se lleven a sus hijos malcriados a otro lugar y tú volverás a clases. Jugueteando en el jardín no aprenderás nada.

Ingen lo miró con los ojos llorosos, para volver a pedir silentemente ayuda a su madre.

—La maestra es muy competente e Ingen se lleva bien con ella.

—No me importa, madre. El mundo es duro e Ingen debe hacerse fuerte. ¿Qué es esa mierda que tienes pegada en la frente? Quítatela.

El niño tocó la estrella que seguía pegada orgullosamente en su lugar y se levantó de la mesa para correr a su habitación. Uno de los mayordomos, que se mantenía de pie en un rincón del comedor, le siguió para asegurarse de que estuviera bien.

—Eso pasa porque padre y tú lo consienten en todo.

—Probablemente tengas razón, querido. Lo dejaré en tus manos —suspiró ella, dado la conversación por terminada para seguir comiendo la langosta en paz.

〜✿〜


Los radiantes rayos del sol mañanero le dieron los buenos días a Samantha, que terminó de desperezarse junto a la ventana. Dada la lejanía de su lugar de trabajo con la ciudad, le habían proveído de una habitación en la parte trasera de la mansión, en una pequeña residencia donde se alojaba el personal de servicio. Se ahorraba así el dinero del transporte y no temía llegar tarde a sus labores.

Como todas las mañanas, vistiendo ropas deportivas salió a trotar por los terrenos de la mansión. Cada vez llegaba un poco más lejos, esperando hallar esos misteriosos muros perimetrales que le demostraran que aquella acaudalada familia no era dueña del mundo entero. No los encontró.

Tras asearse y desayunar en la estancia de la servidumbre, fue a la biblioteca donde Ingen ya la esperaba.

—¡Alguien está ansioso por ganarse otra estrellita! —supuso ella, pues el niño había llegado con bastante anticipación.

La mirada apagada de aquellos ojos coloridos le borraron la radiante sonrisa y, aunque intentó saber la razón de su tristeza, el niño no se lo dijo. Si lo decía, se volvería real y todavía esperaba que su madre pudiera resolverlo.

Terminadas las lecciones y con Ingen sumando una sexta estrella a su colección, Samantha buscó a la señora Sarkov para ponerla al tanto del estado de ánimo del niño.

—Permiso, señora ¿Podemos hablar?

La mujer estaba de espaldas, intentando con desesperación encontrar algo en los archiveros del despacho. Otros dos hombres le ayudaban y tenían varias pilas de papeles arrumbadas por doquier.

—¡Ah, aquí hay una! —exclamó, alzando victoriosa una carpeta de cuero—. Llévasela a Vlad ahora mismo, luego hablaremos —le pidió, confundiéndola con alguna de las mujeres del servicio.

—¿Vlad?

—¡Rápido, niña, que se hace tarde!

Samantha se encogió de hombros, tomando la carpeta. Si en algo podía ayudar, lo haría, debía cuidar su empleo. Pidiendo indicaciones llegó al tercer piso, avanzando por un oscuro pasillo que le dio escalofríos. Tocó dos veces la puerta del final para anunciar su presencia.

—Adelante —dijo una voz profunda desde dentro.

—Permiso, su madre le envía esto.

Alcanzó a dar tres pasos dentro del lujoso despacho cuando un grito de "¡Alto!", proveniente del hombre sentado tras el escritorio, la congeló en su lugar.

—¿Cómo te atreves a entrar? —increpó, viendo a la mujer detenida a mitad de dar un paso, tambaleando para no caer. —Y encima tienes la osadía de mirarme a los ojos ¿Eres nueva o estúpida?

Por breves segundos Samantha se negó a creer lo que ocurría. Ese hombre, de apariencia tan joven como ella, se creía tan importante como para no ser mirado a los ojos ¿Acaso era ella indigna de ello?

¿La había llamado estúpida?

No pudo contestar. Estaba hipnotizada por esos oscuros ojos prohibidos.

—Deja la carpeta en el mueble junto a la puerta y lárgate —ordenó, volviendo la vista a la pantalla del computador frente a él.

Recuperando el equilibrio, Samantha retrocedió sobre sus pasos, mirando torpemente el mármol del piso por si lo había ensuciado. Así la había hecho sentir aquel joven con su rudeza y altanería, sucia e insignificante. Sintió lástima por el personal de servicio que tenía que aguantarlo.

—Una cosa más —indicó cuando Samantha estaba por cruzar la puerta. —Estás despedida.

En ese momento, incluso que la llamara estúpida le pareció menos injusto. Olvidándose de todas las reglas, volvió a entrar a la habitación, dando fuertes pisadas hasta el escritorio, donde lo miró fijamente con todas sus fuerzas.

Él alzó la cabeza, con expresión de desinterés.

—Yo no soy una sirvienta. Su madre me pidió que le trajera la carpeta como un favor.

—¿Ah sí? ¿Entonces quién eres? —Su voz era calmada y serena.

Había sido así también mientras la regañaba, como si nada lo alterara aunque claramente estaba molesto.

—Soy la maestra de Ingen —respondió, aferrando su orgullo herido para encarar al patán.

—Perfecto —repuso él, volviendo a mirar su computador—. También estás despedida.

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Primer encuentro y ya se quedó sin trabajo 😂😂😂

¿Se dará por vencida tan fácilmente? 😡

¡Gracias por leer!

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora