XIX En busca de un milagro II

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A la misma hora que Samantha oraba en la iglesia por un milagro, Vlad iba camino a una desarmaduría de autos.

—Amo Vlad, no era necesario que viniera, yo podía confirmarlo —dijo el conductor, estacionando el vehículo junto a la caseta del vigilante.

—Debo verlo con mis propios ojos, Markus.

El vigilante los guio por entre las pilas de autos inservibles y herrumbrosos. Olía a metal y a aceite viejo. El viento que se colaba por entre los fierros retorcidos entonaba una melodía similar a un silbido, rasposo, doliente como un lamento.

—Éste es. Ha estado aquí por años, sepultado bajo un camión que sacamos ayer. No tiene la matrícula, pero el número de serie del motor coincide con el que busca, igual que el modelo y color —dijo el encargado.

El color, pensó Vlad, avanzando hacia el amasijo de metal que una vez fuera un auto rojo. Ya nada quedaba de tal color. Tampoco había puertas y el techo había colapsado sobre los asientos. Recordaba verlo nuevo y radiante, recordaba sentir el viento al asomar la cabeza por la ventana a toda velocidad en la carretera, recordaba su interior inundado de risas. Ya nada quedaba del auto ni de las personas que lo conducían.

Recordaba algo más, un nombre, que en una noche de locura había escrito en la parte trasera, cerca del tubo de escape. Sólo por ese nombre podría permitirse corromper su hermosa pintura, pero ya no quedaba pintura. Cerró los ojos, deseando un milagro quizás y se agachó junto a los neumáticos desinflados y quemados. Junto al tubo de escape estaba la única zona que seguía siendo roja y sobre ella, el nombre que había escrito tanto tiempo atrás.

“Violeta”


Al levantarse no había en su expresión ningún rastro de todas las emociones que acababa de experimentar. Frío, distante y hasta ausente se fue de regreso hasta su auto.

—¿Se siente bien, amo?

—Jaqueca, sólo eso.

—Puedo llevarlo a la clínica.

—Markus, es sólo una jaqueca, no exageres. Haz que lleven el auto a la bodega. Quiero toda la información que puedan obtener de él.

—Como diga, amo. No se desanime. Hallarlo ha sido todo un milagro, pronto nuestra búsqueda acabará.

Un milagro.

Los milagros no existían y, si lo hacían, Vlad estaba seguro de que lo harían sentir mejor de lo que se sentía. Frío. Tenía un frío que ni la calefacción de su oficina lograba aplacar, sin importar cuánto la subiera o lo mucho que sudara su asistente cada vez que iba a dejarle documentos que requerían de su firma, él se congelaba. Y la cabeza le palpitaba. Se llenaba de aire, así la sentía, cada vez más densa, más llena, a punto de explotar.

Salió más temprano. No le avisó a Samantha de su prematura llegada ni fue a la piscina. No pidió un Martini. Tampoco fue al gimnasio. Fue directo a la sala de masajes y esperó, sentado en un rincón, mirando su reloj, oyendo su incesante tic tac. Él era Vlad Sarkov, amo y señor de todo cuanto podía observar, excepto del tiempo. No podía ponerle riendas a esas manecillas para acelerar su galope o para convertirlo en trote, no podía frenarlo, ni retrocederlo. A veces deseaba hacerlo, ahora más que nunca.

Cuando faltaban diez minutos para que Maya llegara, se metió a la ducha. Encendió velas. Había conseguido unas similares a las que ella usaba. Tenían propiedades curativas, había leído en el envase, ideales para almas deprimidas.

Ella llegó, cargando su bolso con prisa como siempre. Lo dejó sobre el mesón donde ubicaba sus implementos y le sonrió con sus finos labios apretados. Era la primera vez que lo saludaba.

Él le sonrió de vuelta. Fue un gesto imperceptible a contra luz. Se ubicó boca abajo en la camilla en espera de sentir la calidez de las manos de Maya sobre su piel. Quizás y el calor penetrara y llegara mucho más allá, donde él se congelaba.

No creía en milagros, pero deseó hacerlo.

El aceite cayó en abundancia sobre su espalda. La mujer empezó a esparcirlo a palmadas, que resonaban salpicando gotas para todos lados. Vlad se mantuvo sereno, con los ojos cerrados. Ella amasó luego, clavándole las uñas de vez en cuando. No fue gentil con el cuello ni con ninguna otra parte.

Mezclándose con la fragancia de las velas había otro aroma, no sabía muy bien a qué correspondía. Con el pasar de los minutos, estuvo seguro de que el aroma se movía con Maya. No era un perfume y no era agradable.

La sesión de masajes ya estaba por llegar a la hora y media y Vlad no había dicho aún lo que deseaba. No encontraba las palabras adecuadas o quizás, las que tenía preparadas hubieran dejado de parecerle adecuadas. En su cabeza, aquellas palabras se enredaban como los fierros retorcidos del auto sepultado bajo el camión en la desarmaduría. Y estaban igual de oxidadas, igual de olvidadas.

—Maya… quiero que te quedes a trabajar para mí, aquí en la mansión. Discutiremos los términos del contrato, la paga la fijas tú —dijo por fin, sentándose en la camilla.

Había sido fácil, más de lo que esperaba.

—Ese ofrecimiento parece demasiado bueno para ser verdad —dijo ella con su timidez habitual, acercándose unos pasos.

—Tengo mucho dinero, puedo gastarlo en lo que me plazca —afirmó, frotándose el cuello. Le dolía más que antes.

—¿No será que espera recibir algo más que simples masajes? —cuestionó ella, ahora parada frente a él.

—¿Algo como qué?

—Algo como esto. —Le aferró la cabeza con brusquedad y le dio un apasionado beso, con todo y lengua.

A la tenue luz de las velas aromáticas para almas deprimidas, Vlad pudo sentir el sabor de la pasión, de la boca de la tímida Maya. Creyó que sería difícil de olvidar.

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Samantha ha llevado a cabo su plan. Con un beso planea borrar a Maya de la vida de Vlad Sarkov 💋

Él busca algo, algo relacionado con su pasado y ahora tendrá que hacer frente a las consecuencias de sus actos 😔

¿Quién será Violeta? 🤔

¿Qué pasará con Maya? 🙈🙈🙈

¡Gracias por leer!

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora