LXVII El encanto de su magia

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Tres semanas había pasado Sam de regreso en la mansión Sarkov, tres semanas en que Vlad se había conformado con verla a la distancia, cuando se cruzaban por los pasillos, cuando ella esperaba a Ingen luego de la cena para leerle cuentos antes de dormir, cuando la espiaba por la ventana de su habitación mientras ella correteaba con su hermano por el jardín. ¿Así pretendía ella que él mejorara sus calificaciones? ¿Con cuentitos absurdos o carreritas ridículas? Tendría que conversar con su madre para que comprendiera que la maestrita de cuarta la estaba estafando. Y lograr sacarla de la mansión de una vez por todas.

—Mira nada más, querido. Éste es el nuevo reporte de las calificaciones de Ingen. —Anya le entregó la hoja, con el pecho inflado y sonrisita triunfadora—. Es el primero en su clase. Tu padre está tan feliz que lo premiará con ese videojuego que él quería.

Vlad miró la hoja con incredulidad. Sam tenía un terrible historial criminal, no le extrañaría nada que le hubiera enseñado a Ingen algunos trucos para hacer trampa en los exámenes.

—Y a Samantha le dará un suculento bono por desempeño. La muchacha está feliz.

Genial. Antes su padre la premiaba por hacerlo feliz a él y ahora ella era recompensada por hacer feliz a su hermano. Comenzaba a cuestionarse el proceder de sus actos, pero claro, a Ingen no se le había desaparecido ninguna maestra. Ella estaba mejor con él.

〜✿〜


—¿Has estado sometido a mucho estrés?

—Lo habitual.

—Los exámenes no muestran nada irregular. Te daré un analgésico más fuerte y puedes probar con las píldoras para dormir si continúa el insomnio. Esto es psicosomático, Vlad, considera tomarte unas vacaciones, salir de la rutina.

Vacaciones, ja. Como si se pudiera tomar vacaciones de la vida misma. Lo que debía hacer era cambiar de médico.

El camino a la mansión fue silencioso. Los vidrios polarizados de las ventanas más sus gafas oscuras le daban a Vlad algo de alivio, pero muy poco. La jaqueca no hacía más que empeorar.

—Quizás sería buena idea conseguir una nueva masajista, los masajes antes le ayudaban —sugirió Markus.

—Eso era antes… No quiero que ninguna extraña me toque.

—Todas parten siendo extrañas, amo Vlad.

—Pero conmigo además también terminan siéndolo. ¿Por qué no es así con Samantha? Quisiera olvidarla.

Esa era la ironía con su afección, recordaba lo que quería olvidar y no olvidaba lo que ya no quería recordar. Y a Sam no lograba sacársela de la cabeza. Reunir el valor para despedirla había sido una tarea descomunal. Lo había hecho por ella, para protegerla. Desde cuándo se había vuelto tan bueno, tan generoso, él no era así, él era egoísta y despiadado, él… él era como los demás esperaban que fuera, como él creía que era. Y ya no podía seguir siendo así o no aguantaría. Estaba decidido. Llegaría a casa, gastaría algo de energía en la piscina y saldría. Unos días en la mansión de las colinas lo ayudaría a aclarar sus pensamientos y volvería a ser el Vlad Sarkov que se suponía que debía ser.

Se dio una ducha en los vestidores y en cuanto entró a la piscina, bajo la luz del atardecer que se colaba por el techo transparente, vio que ya había gente allí.

—¿Por qué estás tú aquí? —le preguntó a Samantha, que se asomó fuera del agua usando un pequeño bikini.

—Le estoy enseñando a nadar a Ingen.

El niño apareció junto a ella. Apartó la mirada, sin querer ver a Vlad. Ingen ni siquiera era capaz de meter un pie en la piscina y ahora estaba flotando. ¡Y en la parte profunda! ¡Y sin flotadores! Y no estaba para nada asustado, sólo enfadado porque claramente Vlad había llegado a interrumpirlos. Qué magia tan misteriosa era la que usaba Samantha, que apenas en tres semanas había hecho de su hermano un niño más listo, más seguro de sí mismo y más valiente también. Sin dudas la misma magia que, con su ausencia, ahora lo tenía a él al borde del colapso.

—Si quiere, puede usar la mitad derecha, nosotros nos quedaremos en este lado —dijo ella.

¿Y quedarse a ver lo felices que eran, oyendo sus risas mientras se divertían? No, gracias.

Vlad se fue por donde había venido, sin decir palabra. Sam no era muy perceptiva, pero era evidente que algo lo estaba afectando. No sólo era el mal humor, había algo más, algo triste en sus ojos.

—Sam, sigamos practicando.

Desde que regresara a la mansión, Sam se propuso ignorar a su ex jefe todo lo que pudiera y mantener la distancia también. Lo estaba logrando, pero eso no significaba que no se preocupara por él. Por eso, cuando tras leerle a Ingen antes de dormir y luego de ir a cerrar las cortinas, lo vio adentrarse en el jardín, no dudó en ir tras él. A esas horas, sólo la luna iluminaba el lugar, sombrío, inundado de los sonidos de las criaturas nocturnas, espeluznante, como el bosque en el que estuvo perdida, pero completamente inofensivo, ese jardín no era nada para ella. Quizás sí la asustara la criatura que se refugiaba en sus entrañas, y que era mucho más perverso que el oso, pero había ido hasta allí precisamente a buscarlo. Podría haber estado toda la noche en tal labor de no sospechar dónde se encontraba. Lo halló sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el pozo. La luna, justo encima, iluminaba nítidamente ese pequeño rincón del jardín, el pozo casi seco, la pérgola despojada de sus flores, el viejo columpio y a Vlad, envuelto en una gris nostalgia como ellos, tan abandonado como ellos.

El aroma del alcohol que bebía le llegó cuando estuvo a pocos pasos. Se sentó junto a él. La frialdad de los bloques del pozo le traspasó la ropa, tuvo un escalofrío. El suelo se sentía húmedo.

—¿Qué le pasa?

—Tengo jaqueca.

—El alcohol le hará peor.

—¿Desde cuándo eres médico?

—¿Desde cuándo usted es tan idiota?

Vlad acarició la botella en la oscuridad, tan suave y fría. Alzó el brazo y la dejó caer dentro del pozo.

—Eso contamina el agua —reclamó Sam.

—He tenido jaqueca por semanas ¿crees que me importa el agua de un pozo del que nadie bebe?

Ella iba a hablarle sobre las napas subterráneas y el agua que circulaba por ellas, pero dudó que estuviera interesado.

—Apenas y logro dormir.

—¿Vio a algún médico?

La única respuesta de Vlad fue una risa que se oyó desprovista de toda cordura. Era la risa frenética de un lunático que lo había perdido todo, hasta la esperanza. Esta versión atormentada de su ex jefe la incomodaba. La debilidad no iba con él.

Quiso levantarse, él la detuvo del brazo.

—Sam… duerme conmigo esta noche.

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Ha llegado la primera prueba de resistencia para Sam ¿Logrará superarla? 💪🏻

De aceptar ¿Creen que sería todo igual que antes o Vlad la trataría diferente? 🙄

Él está por llegar a su límite ¿Se nos desquiciará todavía más el demonio? 😫

¡Gracias por leer!

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora