Samantha no creyó lo que había oído. Permaneció inmóvil, tan asustada como un conejo en la carretera, como un cervatillo. Su corazón se había montado en una montaña rusa desde que su jefe regresara y ya no daba más.
—Sam —volvió a decir él, rozándole el cuello con la nariz— ¿Por qué estás llorando?
—Me… me cayó jugo de limón en los ojos —dijo ella, dándole rienda suelta a su contenido llanto. Se cubrió la boca, intentando no hacer mucho ruido, pero sus quejidos y lamentos se colaban por entre sus dedos.
Él la guio hasta una silla. Le levantó el rostro y le limpió los ojos con un paño húmedo. Ella lloró todavía más.
—Llamaré a un médico.
—¡No, no!... No es necesario... Estoy bien…
—No lo parece.
—Tuve una pesadilla horrible… todavía estoy asustada… —dijo ella, hipeando por el convulso llanto que ya iba en retirada.
—Ya no eres una niña y los sueños nada pueden hacerte. Las peores cosas ocurren cuando estás despierta.
Eso lo sabía Sam muy bien. Miró a Vlad, sentado frente a ella como si nada hubiera pasado. Ahora podía hablarle, podía mirarlo. El tiempo había seguido su curso, la había alcanzado. El destino inevitable, tallado en piedra, la aguardaba frente a sus ojos.
—Si vas a preparar un té, haz uno para mí también.
Ella asintió. Limpió sus lágrimas y volvió a su labor. Su corazón seguía acelerado. No entendía bien lo que acababa de ocurrir y no entendía por qué lloraba. No era de alivio, menos de tristeza. Inevitablemente había empezado a enloquecer también, igual que su jefe, pensó.
Bebieron el té en la cocina, en silencio. Él la miraba, ella ya no se atrevía a hacerlo. Acabaron yendo a la habitación de Vlad. Esa noche estaba escrito que dormirían juntos y así ocurrió.
〜✿〜
Vlad seguía dormido por la mañana y Samantha lo observaba sin hacer el menor ruido. Su joven y atractivo rostro descansaba lleno de paz. Era envidiable su dormir tan sereno, ella apenas y había dormido a sobresaltos. No dejaba de sorprenderle que, con una conciencia tan sucia, pudiera descansar tan apaciblemente. Quizás olvidaba todos sus crímenes, tal como la había olvidado a ella, pero ya la había recordado. ¿Habría sido así o sólo era el curso natural de las cosas que estuviera ahora en su cama?El hombre se despertó y ella fingió despertarse también.
—Buenos días, amo.
Él respondió con algo parecido a un gruñido.
—¿Qué hay en mi agenda para hoy?
Samantha no había llevado su teléfono.
—Hoy es miércoles. Por la tarde tiene su sesión de masajes —dijo ella, atenta a la expresión en el rostro de su jefe.
—Dile a Su que venga una hora más tarde. Tendré un día ocupado en la empresa.
Samantha pareció sorprendida.
—Su tuvo un accidente...
—¿Qué le ocurrió?
—Se quebró una pierna esquiando.
—Qué idiota.
—Será muy difícil encontrar a alguien tan calificada como Su en tan poco tiempo —se apresuró a decir—, necesitaré algunos días.
—Olvídalo. No quiero a nadie extraño. Usaré la tina de hidromasajes hasta que Su mejore.
¡Qué maravilla! Si su jefe hubiera estado de buen humor la primera vez que tuvieron esta conversación, cuántos malos ratos se habría ahorrado. Ahora podía decirlo con toda confianza, Maya descansaba en paz y no existía ni siquiera en la cabeza de su jefe. Empezó a sacar cuentas de cuántos días habían pasado desde la llegada de Maya para saber cuánto había él olvidado. No calzaba con el actuar tan relajado y hasta amable que mostraba ahora con ella.
—Amo… ¿Tengo seguro de salud?
—¿No leíste tu contrato?
—Ya lo olvidé.
—Claro que tienes ¿Qué clase de jefe crees que soy?
Ella rodó los ojos.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque creo que me lesioné una muñeca cuando usted me esposó a la cama. —Esperó por su reacción.
—¡Qué descarada! ¿Ahora quieres estafarme con el seguro de salud? Ese castigo te lo buscaste por drogadicta. Deberías agradecer que no te denuncié a la policía. Sal de mi cama y ve a preparar el desayuno.
Samantha dejó la habitación con la clara idea de averiguar más sobre la condición de su jefe. No podía fiarse del tiempo, él no lo respetaba, él olvidaba sólo algunas cosas sin importar la fecha de su ocurrencia. En otras palabras, su memoria debía estar llena de agujeros, de lagunas que no harían más que confundirlo. Era imposible que no fuera consciente de lo que le ocurría. Aun así, su familia o, más bien su madre, se empecinaba en negarlo.
Luego del desayuno, esperó a su jefe con el maletín en la entrada, junto al perchero. Él lo recibió, la cogió de un brazo para girarla. De un jalón le arrancó el delantalito blanco, se lo guardó en el bolsillo y dejó la mansión.
〜✿〜
Fuga disociativa. A ese diagnóstico había llegado Samantha con sus conocimientos de fotógrafa y una hora de búsqueda en internet. Era un tipo de amnesia disociativa. Quienes lo padecían, desaparecían por un cierto periodo de tiempo en el que olvidaban algunas memorias, que luego podían recuperarse o permanecer olvidadas. Podía estar relacionado a algún evento traumático o estresante. Intentaba pensar en la causa y recordaba el asunto de las flores. En la casa no podía haber flores y él no había reaccionado bien cuando vio la rosa que había llevado a su habitación. ¿Y quién había dejado la rosa allí en primer lugar? Daba igual, lo que fuera que hubiera causado su reciente amnesia, ella debía saberlo y confirmar el diagnóstico con la señora, para servir de mejor manera a su jefe y no acabar desaparecida. Aprovechó de llevarle un té para preguntarle. Ella estaba en su despacho. Iba a llamar a la puerta cuando la oyó hablar.—Debo saber qué ha causado la crisis de Vlad esta vez —dijo la mujer.
Samantha, desoyendo sus valores en pos de su supervivencia, pegó el oído a la puerta.
—Ha sido una mujer —dijo una voz de hombre.
Sam no pudo identificarla.
—No me lo digas, ha sido Samantha.
Sam se sobresaltó, aferrando con fuerza la bandeja que se había vuelto muy pesada y resbalosa.
—No, señora. Creo que ha sido la masajista —corrigió él.
—¿Su? Creí que ya nos habíamos encargado de ella.
—Ha sido la reemplazante, señora. Maya.
—Encuéntrala y averigua lo que ocurrió. Haz lo que sea necesario. Y vigila a Samantha, no quiero que se vuelva una molestia.
—Sí, señora.
El hombre salió. Tuvo la sensación de oír unos pasos en el pasillo, pero a nadie vio. En la cocina, Samantha temblaba frente al lavaplatos. El té se enfriaba a su lado. La mitad se había chorreado en el pasillo.
—¿Samantha? —la llamó la voz que hablaba con la señora en el despacho.
Resultó ser Igor, el jefe de los mayordomos.
—¿Sí? —preguntó, lavando la taza que tenía el té. La frotaba con frenesí.
—Necesito contactar a Maya, la masajista. Fuiste tú quien la trajo ¿No?
La taza resbaló de sus manos, haciéndose trizas.
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Dicen que la curiosidad mató al gato ¿Acabará así Samantha? 🙀Al parecer, Maya seguirá causándole problemas 😖
¡Gracias por leer!
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Prisionera de Vlad Sarkov
Roman d'amourCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...