—¡Por favor, no me mate! —le gritó a Vlad en la cara.
Él se apartó, todavía sobre ella.
—¿Crees que te mataría en mi casa? ¿En mi cama? No digas estupideces.
Eso no la tranquilizó.
—¿Qué va a hacerme entonces? Ya confesé y dijo que sería piadoso. Cumpla su promesa y déjeme ir al baño o reventaré.
Vlad suspiró. Sacó las llaves del cajón del velador. Siempre estuvieron allí, tan cerca y tan lejos a la vez. El destino era cruel y burlesco, pensó Samantha corriendo al baño.
¡A su baño!
Esa desvergonzada no había aprendido nada, pensó Vlad. Usar el mismo baño que él ¡Qué descaro! ¡Qué imprudencia! ¡Qué masoquismo el suyo al provocarlo de esa manera! ¡Qué mujer tan…!
—¡Ahhh!... —gimió Samantha desde el baño.
El placer de liberar su vergonzosa urgencia era indescriptible, como pocas cosas en la vida. ¡Qué maravilla!
—¡Oh, dios! ¡Sí!...
Había aguantado todo el día, eso era una verdadera proeza. Esperaba no sufrir de alguna consecuencia por la extrema dilatación de su pobre vejiga o algún problema en los riñones.
Salió del baño deseando ver a su jefe dormido. Él estaba sentado en la cama, con los ojos más abiertos que nunca.
—Gracias, amo.
Vlad se quedó en silencio por unos segundos, que parecieron eternos para ambos.
—Lárgate —le dijo, volviendo a acostarse y apagando la luz.
Aquella noche Samantha prometió ir a la iglesia a prenderle velas a todas las figuras religiosas que encontrara.
〜✿〜
Desayuno familiar. La señora Sarkov había recibido una llamada de su esposo, anunciando que pronto regresaría de su viaje. Hablaría de aquello todo el día hasta que el hombre llegara, así había sido siempre.
Ingen estaba en silencio. De vez en cuando fulminaba a Vlad con la mirada.
—¿Se puede saber por qué estás enfadado? —le preguntó al pequeño.
—Sam.
—No tienes que preocuparte por ella. Pronto la reemplazaré por alguien mejor y ya no tendrás que aguantarla, sólo sé paciente.
—No, yo no…
—Madre, ya debo irme —anunció Vlad, levantándose.
—Hermano, espera… ¡Hermano!
Vlad dejó el comedor. En la puerta lo esperaba Samantha con su maletín y su abrigo listo para que él se lo pusiera. Le arrebató ambas cosas y salió de prisa. Samantha se miró las manos, encogió los hombros y siguió con sus labores. Su jefe había amanecido de malas, nada que hacer, ya se le pasaría cuando recibiera sus masajes. De sólo pensarlo enfermaba. Lo que a él le hacía bien, para ella era una patada en el vientre, pero no duraría mucho. Durante su cautiverio en la cama del demonio y privada de movimiento, había usado su energía en tramar un plan infalible.
Antes del almuerzo se dio una escapadita a la ciudad. Había cogido unas velas aromáticas a medio usar que tenía y las llevó a la iglesia. Ella no era religiosa, ni siquiera sabía si estaba bautizada, sus padres eran muy liberales para tales cosas. Para ellos, el mal y el bien sólo eran cosas de los humanos, ni ángeles ni demonios, sólo la conciencia humana con sus pasiones y deseos desbordados. Sin embargo, algo había cambiado.
Arrodillada frente al altar, en el sacrosanto silencio de la iglesia, ella encendió las velas frente a la figura del bebé y su madre.
—Yo… no tengo la certeza de que existas y si lo haces, de que te importemos, pero he visto al demonio a los ojos y así como existen el día y la noche o la luz y la oscuridad, o el frío y el calor… bueno, tú me entiendes. Sólo quiero pedir que me ayudes a escapar de Vlad Sarkov. Es un hombre perturbado y su alma es oscura. No quiero que esa oscuridad me consuma, no quiero acabar desaparecida como su anterior sirvienta, por favor, protégeme de su mente retorcida. Gracias. —Mantuvo los ojos cerrados y las palmas juntas a la altura del pecho.
Se persignó como había visto que hacían en las películas. Caminó hacia la fuente que tenía agua bendita y, tras pensarlo unos instantes, se humedeció los dedos y salpicó la frente. Volvió a meter la mano y se salpicó gotas por todo el cuerpo. Miró en derredor. Aprovechando la soledad, sacó una botella de su bolso y la llenó del líquido sagrado. Se la mostró a la estatua antes de volver a guardarla.
Ya iba de salida cuando una mujer apareció desde un rincón, con la caja de las limosnas en las manos. Samantha buscó en su bolso. Nada, ni una mísera moneda. Eso pasaba cuando en tu trabajo te endeudabas en vez de ganar dinero.
—Iré a un cajero automático por efectivo y vuelvo, se lo juro por Dios.
Salió corriendo por la avenida. La mujer supuso que ya no volvería.
En una farmacia halló uno. No tuvo más opción que retirar todos sus ahorros, no sabía cuando volvería a recibir dinero. No era mucho y ahora su cuenta volvía a estar en cero. El sueño de ir a estudiar al extranjero se volvía cada vez más inalcanzable. Alcanzó a dar tres pasos fuera de la farmacia cuando un hombre le arrebató el bolso y se echó a correr por la calle.
—¡Ladrón! ¡Alguien ayúdeme! —Salió corriendo tras él hasta que el hombre cruzó la calle, entre bocinazos y autos que frenaban para no arrollarlo.
Llegó ileso hasta el otro lado y se volvió a mirarla, con expresión burlesca. No vio el puñetazo que le estampó un hombre que había visto lo ocurrido. Ya caído, llegaron otros hombres a molerlo a golpes, el bolso fue devuelto a su dueña y pronto la policía llegó a rescatar al maleante.
—¡Muchas gracias! No sabe lo importante que es esto para mí, había prometido hacer una donación a la iglesia ¡Esto es un verdadero milagro!
Como la sorpresa en el rostro de Samantha al recuperar su bolso fue la expresión de la mujer de las limosnas al verla regresar. No estaba sola, el ángel que había puesto Dios en su camino iba con ella. Se llamaba Julian Saint Croix y tenía los ojos más hermosos que ella hubiera visto. Un rostro angelical, eso era lo que tenía sobre el cuello, no como el demonio de Vlad Sarkov. Si hasta su nombre poseía cierto aire celestial, creyó ella.
—Si sigue siendo tan eficiente, me verá más seguido por acá —dijo Samantha sonriente, metiendo unos billetes enrollados por la pequeña ranura de la caja de limosnas.
—Y si puede hacer milagros para mí también, entonces volveré con otro de estos —dijo Julian, metiendo un cheque.
A la mujer le brillaron los ojos, agradeciendo la bondad que Dios despertaba en los corazones de los feligreses.
Samantha y Julian se fueron a tomar un refresco a un restaurante cercano. Él quería que almorzaran juntos, pero ella tenía prisa, había un plan de liberación que fraguar. También habría deseado pasar más tiempo con él, hablar con un hombre que parecía mentalmente cuerdo era refrescante. Intercambiaron números y prometieron volver a reunirse.
En la cocina de la estancia de los sirvientes de la mansión Sarkov, Samantha echó a andar su plan, revolviendo el sartén donde acababa de picar una cebolla entera. Esta tarde, una parte de ella sería libre; esta tarde, Maya desaparecería de la vida de Vlad Sarkov para siempre.
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Samantha se ha encomendado a las manos del altísimo 🙏🏻
Y ha conocido a un hombre que le ha gustado😏
Tiene un plan para deshacerse de Maya, justo cuando Vlad planea que la masajista se quede permanentemente ¿Cuál de los dos se saldrá con la suya? 🙈
¡Gracias por leer!
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Prisionera de Vlad Sarkov
RomanceCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...