XXXIX Esperanza de vida

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Sam esperaba junto al perchero de la entrada. Tenía el maletín en la mano y los ojos hinchados. Vlad no lo notó, no la miró.

—¿Algo para esta tarde, amo?

—Revisa la agenda.

Sam lo hizo. Sólo había anotaciones de lo que él haría, no ella. “Alégrate, Sam”, se dijo. “Por fin el tirano se hartó de ti y te despedirá. Alégrate, Sam, tal vez no te mate”.

Ella no estaba alegre. Cuando se cansó de pensar qué había hecho para enfadarlo, se fue a su habitación. Pasó las fotografías de su cámara a su computador. Iba a borrar todas las que le había tomado a Vlad. Parecía una persona completamente diferente en ellas. ¿Qué le había pasado a ese hombre tan atractivo y encantador?. Pensar que estaba atrapado en algún lugar del cuerpo del demonio la entristeció. Ojalá y pudiera descuartizarlo para traerlo de regreso.

Decidida a no dejar que el recuerdo del lunático que la tenía esclavizada arruinara su tarde, se puso a revisar su agenda personal. Si algo agradecía de haber conocido a Julian eran los contactos que consiguió gracias a él. Los trabajos de fotógrafa le habían seguido llegando. A causa del accidente los había rechazado, pero ya estaba lista para volver a la acción.

〜✿〜


Eran las siete de la tarde cuando caminaba por el sendero del enorme jardín, cuidando que sus tacones no cayeran entre las grietas de las palmetas. Llevaba un vestido negro, ajustado en el torso y holgado a partir del cinto verde que entallaba su pequeña cintura. Le había dicho al cliente que llevar pantalones sería más adecuado para su labor, pero el hombre insistió en que usara vestido. No quería que nadie desentonara en su elegante evento para celebrar el aniversario de sus padres. Cargando el bolso de su cámara un su hombro recién sanado, estuvo en la entrada fotografiando a cada invitado que llegaba.

El evento dio inicio con un discurso muy conmovedor de su jefe temporal, Aarón Gálvez-Zambrano. Los comensales aplaudieron y brindaron por la feliz pareja. Treinta y cinco años de matrimonio no eran cualquier cosa y el magno evento lo demostraba.

—Samantha, toma unas fotos de la familia —la llamó Aarón.

Los acomodó junto a la fastuosa fuente, con chorros que formaban una serie de arcos concéntricos. Los padres festejados y los hijos, Aarón y su hermana Mika.

—Me dijiste que vendría, Aarón, pero no lo veo por ninguna parte —reclamó Mika, en tono berrinchudo.

No le daba más de veinte años.

—Debió tener algo urgente que hacer —le dijo el hermano, acomodándola entre sus padres para otra foto.

La muchacha miró a Sam con cara de estar constipada.

—¿Puedes bajarle al flash, estúpida? Me vas a dejar ciega.

—Sin el flash la foto saldrá oscura —indicó Sam, viéndola sin mucha gracia.

Cada familia tenía su energúmeno, pensó, fotografiando ahora a la pareja con el hijo.

—¡Vlad, viniste! —gritó Mika antes de salir corriendo.

La costosa cámara se le resbaló a Sam de las manos. Para momentos de alto impacto como ese es que les habían inventado la correa para colgarla al cuello. Y la suya tenía una correa muy resistente.

¿Cuántos Vlad habría en la ciudad que pudieran asistir a un evento tan elegante como ese y cuya presencia causara tanta sorpresa? Las matemáticas no estaban de su lado. Se volvió lentamente a mirar y allí estaba el conocido rostro de Vlad Sarkov, viéndola con sus ojos de demonio. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza.

—Samantha, quiero que fotografíes a unas personas —le dijo Aarón, invitándola a seguirlo.

¡Dios bendijera a Aarón, su nuevo y adorado jefe!

Sam siguió con su trabajo, mas la sensación de estar siendo observada por los ojos de un depredador no le daba tregua. Se sobresaltaba cada vez que oía pisadas de hombre acercársele. Al comenzar la cena, se le pidió que fotografiara a los asistentes en sus mesas. Volvió a ver a Vlad en la mesa de los festejados, sentado junto a Mika, que no dejaba de verlo embobada. Sam sintió lástima por ella.

—Toma una foto de mi querido Vlad y yo —dijo la muchacha, cogiéndolo del brazo.

Sam observó a la perfección cómo el recio brazo de su jefe era absorbido por los generosos pechos de Mika, que prácticamente se frotaba contra él. No le daba más de veinte años, pero de vida.

Sonriendo, miró en la pantalla a la parejita y la sonrisa torcida de Vlad. Se sentía como una amenaza, pero para ella.

—Muéstrame la foto, quiero verla —pidió Mika—. Mira nada más, mi querido Vlad y yo nos vemos divinos. ¿A cuántas parejas has fotografiado? ¿No crees que somos la mejor?

—En efecto —dijo, Sam, disimulando su risa—. Luego de sus padres, creo que son la pareja más encantadora del lugar. Si me disculpan, debo ir a las otras mesas.

Si moría luego de esta noche, la cara de Vlad Sarkov lo había valido completamente.

Mientras los invitados cenaban en el salón, había en la parte trasera del jardín un puesto para que comiera el personal de servicio. Sam no tenía apetito, pero aceptó un cóctel.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Vlad a su espalda.

El cóctel se le fue por donde no debía y tosió. Una porción se le escurrió por el cuello. Esperó a limpiarse con una servilleta y se volvió al estar más compuesta.

—En mi tiempo libre trabajo como fotógrafa.

—Un empleado mío con un segundo trabajo, eso es ridículo.

—Lo sería si yo tuviera sueldo.

Vlad guardó silencio, pero se lo decía todo con sus ojos de demonio homicida. Estaban hablando en un rincón y nadie más oía.

—Ambos sabemos perfectamente que eso es tu culpa.

—Por supuesto, yo no he dicho lo contrario, SEÑOR Sarkov.

A Vlad se le erizó el cabello de la nuca. Apretó la mandíbula.

—No me gusta que me llames señor.

—Pero es mi tiempo libre y mi jefe en este momento es Aarón Gálvez-Zambrano ¿Cómo debería llamarlo, entonces? ¿Querido Vlad?

Deseó que hubiera más luz para captar cada detalle del rostro de su jefe deformándose por la ira. Alcanzó a dar dos pasos hacia ella cuando Mika llegó y se lo llevó. Sam volvió a coger otra copa. Tembló en su mano mientras se la llevaba a la boca. Bebió hasta la última gota, se despidió de Aarón y se fue.

Caminaba por el costado de la calle que llevaba hacia el enorme portón de la mansión. Eran pasadas las doce y tenía sueño. Las luces de un auto negro iluminaron el camino. Redujo la marcha, avanzando a su ritmo junto a ella. Por la ventanilla trasera vio a Vlad en su interior.

—Sube.

—Un taxi me está esperando en la entrada.

—Ya has tentado lo suficiente a tu suerte esta noche, Sam. No me hagas repetir.

El auto paró y ella subió. Una vez tuvo el cinturón de seguridad puesto, la mano de Vlad le rodeó el cuello.

El fin parecía haber llegado.

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¿Será el fin de Samantha y de esta historia? 😱

¿Qué planeará hacerle Vlad? 😖

¡Gracias por leer!

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora