Habían sido dos semanas sumamente tranquilas y productivas para Samantha. Sus rutinas de ejercicios matutinos habían regresado y su buen ánimo también. Sin el estrés constante que Vlad mantenía en el ambiente, ella gozaba de una energía que parecía inagotable. Incluso supervisaba a Ingen con sus deberes escolares. La colección de estrellas de éste último se había acrecentado. Como si eso no fuera suficiente, luego lo agasajaba con los más diversos postres que aprendía en sus clases de cocina. Había conseguido que dejaran de lado las aburridas recetas sugeridas por su jefe por otras más estimulantes.
Tenía incluso tiempo de ir a la iglesia. Todas las velas que usaba siendo Maya terminaron entregándole su luz y aroma a las figuras religiosas.
—Gracias por mantener lejos de mí a Vlad Sarkov. Amén —decía frente al altar.
La más feliz era la mujer de las limosnas, pues Samantha había cumplido y donaba cada vez que iba. ¡Había vuelto a ganar dinero! Con tanta energía se había conseguido unos trabajillos esporádicos como fotógrafa de eventos y, gracias a Julian Saint Croix, los eventos a los que asistía eran del más alto nivel. Su guapo ángel de la guarda era un hombre adinerado e influyente, que la tenía en muy alta estima. Habían tenido dos citas. Aún no se habían besado ni nada por el estilo, eso ella lo dejaba para la tercera cita, que sería muy pronto.
No podía negarlo, todo iba de maravillas.
—¡De prisa! Todo debe estar reluciente. Tú ¿Te has visto al espejo? Tu cabello está muy largo, córtalo ahora —le dijo la señora Sarkov a un mayordomo. Había movilizado a todo el personal de la mansión.
Limpiaban vidrios, cambiaban cortinas, aspiraban todos los rincones, corregían la inclinación de los cuadros, medían la distancia entre los adornos de la mesa del salón y usaban antiguas fotografías de cada lugar como referencia para que todo se viera perfecto.
—¿Hay alguna inspección de algo, señora?
—Sam, querida ¿No te has enterado? Vlad vuelve hoy.
El aire se agotó de golpe y Samantha tuvo que ir a sentarse a la cocina. Tal vez no había prendido suficientes velas, tal vez no había donado tanto dinero como debía. Sentía que la fe se le escapaba de las manos y no podía atajarla.
—¿Qué haces ahí sentada? Necesitamos muchas manos. Date prisa y retira todas las flores que encuentres en la mansión. El joven amo Vlad llegará en cualquier momento —ordenó Lina, guardando la vajilla de color que últimamente usaban y reemplazándola por una blanca.
No entendía por qué tanto escándalo. Hasta Ingen andaba todo saltón ordenando. A regañadientes buscó las flores. Sólo halló un pequeño florero con una rosa en un pasillo del tercer piso. Aún mantenía en sus tersos pétalos restos del rocío matinal. La olió, sonriendo maliciosamente.
Estuvo en la entrada cuando él llegó, junto al resto del personal de servicio. Ni siquiera la miró. Fue directo a su despacho, donde habló con la señora por largo rato. Al salir, la mujer le ordenó que le llevara un batido.
Llamó a la puerta. No hubo respuesta, pero la cerradura eléctrica se abrió.
—Detente —le ordenó cuando ya iba a medio camino—. No te he dado permiso para entrar.
—Yo… le traigo su batido…
—Ni para hablar.
Samantha se quedó en silencio. Retrocedió unos pasos y dejó el batido sobre el mueble junto a la puerta con la inquietante sensación de estar teniendo un déjà vu. Vlad Sarkov lucía igual de arisco e intimidante que la primera vez que lo había visto.
—¿Necesita algo más, amo?
—¿Dónde está tu delantal?
Samantha miró el traje negro que llevaba, que ya había llevado por casi un mes en las mismas condiciones y sin ningún tipo de reclamos.
—Usted me lo quitó durante el primer día... ¿Todo está bien?
—No me mires ¿Quién te has creído que eres?
Samantha bajó la cabeza, inquieta. Sus palpitaciones iban en aumento. Vlad la observaba, pensativo. Abrió el segundo cajón de su escritorio y allí estaba el delantal, sobre la carpeta azul. En ella había fichas de todos los empleados de la mansión, buscó la de la mujer. La información era breve, intrascendente. Ella no era nadie. Le lanzó el delantal, que cayó a los pies de la joven. Tardó unos segundos en reaccionar a cogerlo y ponérselo.
—¿Algo más, amo?
—Lárgate y llévate el batido.
Samantha sospechó desde el primer día del estado mental de su jefe y si antes lo dudaba, ahora estaba segura de que algo muy malo le ocurría. No era simple locura. Fue deprisa al dormitorio del hombre a deshacer su travesura y cogió rápido el florero que había dejado en la mesa cerca del sillón. Empezaba a entender la razón de que todos fueran tan quisquillosos con el orden. Ya no deseaba averiguar el problema que había con las flores, estaba segura de que no sería gracioso.
Estaba por salir cuando la puerta se abrió. Vlad se quedó en el umbral. Sus ojos se llenaron de reprobación, eso alcanzó a ver antes de bajar la cabeza y concentrarse en sus zapatos.
—¿Qué haces en mi habitación?
—Yo… quería ver que todo estuviera en orden, amo.
—¿Qué escondes en tu espalda? ¿Me estás robando?
—¡No, yo no! Usted lo sabe, yo no haría eso.
Vlad le cogió un brazo y lo jaló hasta ver lo que llevaba. La soltó al instante. Retrocedió unos pasos, se llevó una mano a la cabeza, luego al pecho. Del bolsillo interno de su chaqueta sacó un frasco con píldoras y se tomó una. Caminó hasta la ventana, la abrió, recibiendo el fresco aliento de la noche.
—Lárgate —le ordenó débilmente.
Ella salió corriendo y no se detuvo hasta llegar a su dormitorio. Cerró la puerta y sólo entonces pudo respirar. Sacó de su velador la botella con agua bendita y se la salpicó encima. Necesitaba más ayuda divina que nunca porque la pesadilla parecía haber vuelto a comenzar desde el principio.
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¿Qué le ha pasado a Vlad? 😱
El plan de Samantha parece no haber salido tan bien como esperaba 😩
¡Gracias por leer!
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Prisionera de Vlad Sarkov
RomantizmCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...