XXVII Gratificaciones

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Insomne, Samantha seguía con la vista fija en el techo. Se había vestido, luego de que su jefe le quitara la ropa y se revolcaran en la cama como animales en celo. Ella se revolcaba más del dolor que de otra cosa.

Guardar reposo, sí, claro.

Todavía no era capaz de creer que hubiera ocurrido. Lo había hecho con su jefe, con el tirano que la esclavizaba. La palabra esclava sexual resonó en su cabeza y sintió náuseas. A esa palabra le seguía la palabra puta y quiso llorar. Al final, terminaría pagando su deuda con su cuerpo. Tal vez el accidente sí la había dejado con algún daño cerebral o algo le quedara todavía de morfina en la sangre.

¿Cómo iría a la iglesia ahora? ¿Cómo miraría a los ojos a su dulce abuelita, que le decía siempre lo buena niña que era?

Ya no era una niña, ni buena tampoco y junto a ella estaba su jefe, desnudo. La sábana le cubría desde la cadera hacia abajo. Sintió asco de mirarlo, pero siguió haciéndolo. El demonio era atractivo, tal como profesaban las sagradas escrituras o eso había oído. Dormía plácidamente, como siempre, con su perfecto cuerpo en completo relajo. Tanta simetría y belleza que parecía esculpido en mármol, tallado centímetro a centímetro por las más talentosas manos. Lo único que no calzaba en tan pulcra apariencia era ese tatuaje sobre el hueso de la cadera. Eran letras, pero ninguna que conociera. Él no parecía un hombre de tatuajes, tan formal y serio. Un misterio más en la montaña de misterios que era Vlad Sarkov.

—Vlad, querido ¿Estás despierto? —Sin esperar una respuesta la señora entró.

Halló a su hijo en la cama, despertando apenas.

—¿Y Samantha? —preguntó ella, mirando para todos lados.

—Se escondió en el baño —informó Vlad, que alcanzó a verla corriendo a una velocidad cercana a la de la luz.

—¡Qué chiquilla tan tímida! Como si yo no supiera lo que hacen ustedes dos aquí. No juegan a las cartas precisamente —dijo en tono jocoso.

Era la única en la habitación que reía.

—Querido, esta tarde regresa tu padre. Recuerda llegar temprano para la cena.

—Lo haré, madre, descuida.

—Él querrá un informe detallado de las finanzas de la empresa.

—Estará en su despacho a tiempo, madre. Ya lo hice.

—Qué eficiente hijo tengo. Y qué bien luces hoy, querido. Debes darle alguna gratificación extra a esa chiquilla.

La mujer dejó la habitación tarareando. Vlad sonrió.

—¿Escuchaste? Gracias a mi madre, tu deuda se pagará más pronto.

Samantha no contestó. Intrigado fue por ella. Estaba encogida en un rincón, con la cabeza pegada a las rodillas. Se sentó en el borde de la tina.

—Sam.

Ella alzó la cabeza. Lloraba.

—Sam, lo de anoche… yo no te forcé.

Por supuesto que no. Ella no se había resistido. ¿Podía acaso taparse el sol con un dedo, seguir en pie ante el paso de un huracán, detener un tornado con las manos? No, ella no se había resistido, él no la había forzado.

—Deja de llorar, no me gusta que lo hagas —ordenó, con seriedad.

—No puedo… Me torcí un pie cuando corrí...

Vlad la cargó en brazos de regreso a la cama. El tobillo se le había hinchado. Le puso un poco de la pomada antiinflamatoria y esperaron la llegada de la enfermera. Esperó rodeándola entre sus brazos. Ella le apoyó la cabeza en el hombro. El pie le dolía, pero le dolía mucho más la posición en que se hallaba ahora. Involucrada íntimamente con Vlad Sarkov, ya no tenía escapatoria.

La enfermera no llegaba. Las manos de Vlad, que la sostenían con tanta gentileza, empezaron a moverse, a recorrer su cuerpo conmocionado. Entre besos y caricias rudas, ella pensó que la muerte ya no sería un destino tan lamentable.

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¿La muerte sería mejor que intimar con su jefe? 🤔

Sam no se rendirá tan fácilmente. Ningún pervertido, por muy sexy que sea, podrá detenerla 💪🏻

Sin embargo, éste es también un demonio 😈

¡Gracias por leer!

Prisionera de Vlad SarkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora