La paciencia no era infinita, tenía un límite y la de Sam ya había llegado al suyo.
—¡Ay ya cállate de una vez! —le gritó a Vlad, levantándose—. Ya has hablado lo suficiente y sólo has dicho estupideces. Ahora será mi turno de hablar y pobre de ti si me interrumpes.
Sam entró a la mansión y Vlad no tardó en ir tras ella. En el despacho podrían tener privacidad así que subió las escaleras. Iba en las del segundo piso cuando recordó lo último que había visto a Vlad hacer en el lugar. Se detuvo de golpe y bajó para ir al salón. Vlad la seguía a cada paso que daba.
—Siéntate —le ordenó.
Él obedeció. Envuelta en la manta, Sam caminaba de un lado a otro. Ponía en orden todas sus ideas, para mayor claridad de su discurso. No estaba segura de estar haciendo lo correcto, pero la adrenalina de ver al cadáver la dominaba. No dejaba de temblar y, si no sacaba lo que tenía atragantado, iba a explotar.
—¡Maximov está vivo! —gritó de repente.
Fue un grito que le salió del alma. Una liberación, como quitarse un brasier ajustado luego de todo un día de incomodidad. Sentía que los pulmones hasta le habían crecido.
—¡¿Qué estupidez estás diciendo?!
—Ninguna estupidez, es la verdad, él no murió. Iba a decírtelo hace un mes, pero no contestaste mi llamada y me bloqueaste. Él está vivo, Vlad, tú no le hiciste nada, ni tus padres tampoco.
—Ver ese cadáver te desquició, eso es lo que pasa.
—¡No, Vlad, es la verdad! —Se agachó frente a él. Le posó las manos en las rodillas—. ¿Crees que bromearía con algo tan importante? ¿Qué te diría algo así sin tener pruebas?
Vlad miró sus húmedos ojos de cervatillo, tan transparentes, tan llenos de sinceridad.
—Es la verdad, Vlad.
Él se levantó bruscamente. Sam, que estaba en cuclillas, perdió el equilibrio y se cayó. Cuando logró llegar a la entrada, Vlad ya se había ido en un auto con Markus. Ella subió al suyo y le ordenó a Vincent que los siguiera. Llegaron hasta el cementerio y se detuvieron junto al árbol que le daba sombra a la tumba de Maximov. Bajo él, Vlad hundía con frenesí una pala en el lecho de tierra para comprobar, con sus propios ojos si albergaba una mentira, la peor mentira que le hubieran dicho. Lanzaba la tierra donde cayera, con prisa por vislumbrar los alcances de la locura de sus padres. Sam lo veía a pocos metros, seguía temblando y lloraba, perdiéndolo de vista a medida que el agujero se volvía más profundo.
Cuando sólo quedaba la mitad de su torso visible, la pala golpeó algo duro. Con repetidos golpes Vlad logró abrir el ataúd, cuyo interior iluminó el cielo de mediodía.
Sus risas de ultratumba causaron escalofríos a todos los presentes. Vincent abrazó a Sam, Markus lamentó no haber pensado en profanar la tumba antes.
—¡Arena! —gritó Vlad—. ¡El hermano para el que buscaba justicia es arena!
Todavía dentro de la tumba gritó con todas sus fuerzas. Unas aves cercanas alzaron el vuelo, Sam se cubrió los oídos. El demonio Vlad Sarkov también tenía un corazón y se lo habían desgarrado. Hundido en el más amargo dolor y la más profunda impotencia, era visto lamentarse por el sonriente rostro de Maximov, inmortalizado en la bella lápida del cadáver de arena. Vlad salió del agujero sólo para darle un puñetazo. Uno no bastaba, descargó otro y sus huesos crujieron al tiempo que Sam gritaba. No se detuvo, quería derribar la lápida con sus propias manos y no dejar nada de ella.
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Prisionera de Vlad Sarkov
Roman d'amourCuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada familia Sarkov, jamás imaginó que el excéntrico hermano mayor le hiciera las cosas tan difíciles, hasta el punto de convertirla en su prisionera...