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Suspiró profundo solo para darse fuerzas.
Hace muchísimo no pisaba aquel suelo que la vio crecer. No tuvo que estar ahí demasiado para darse cuenta de todo lo extrañaba y aún más extrañaba a las personas que lo habitaban. Todos debían estar cambiados, cinco años no pasaban en vano.
Quiso pasar desapercibida entre la gente desconocida que estaba por todo el lugar. Agradeció de todo corazón que los presentes atareados fueran personas externas a su familia y no reconocieran su característica melena pelirroja.
Supuso que a quién buscaba y más deseaba ver en aquel momento se encontraba en su habitación. Y no se equivocó, porque cuando llegó hasta ese lugar y tocó la puerta, ahí la encontró sentada frente al espejo.
Lydia esperaba impacientemente a su mamá, pero al ver quien cruzaba la puerta se llevó una gran sorpresa y no pudo evitar ahogar un grito entre sus manos, sintiendo como sus ojos comenzaban a aguarse por culpa de la emoción.
— ¡Llegaste! —exclamó con demasiada emoción parándose de donde estaba sentada y descuidando todo su cuerpo lanzándose a los brazos de la otra pelirroja—. ¡¿Sabes cuánto esperé este momento?!
—Ya estoy aquí, Lyd —susurró en su oído acunando su cuerpo entre sus brazos—. Lo siento. Por haber desaparecido por tanto tiempo, aunque no puedes decir que no te mantuve informada.
—Eso no se compara con tenerte a mi lado —reclamó Lydia alejándose de la otra pelirroja, limpiándose las lágrimas que estaban en sus mejillas sonrosadas.
—No llores —le pidió eliminando las lágrimas con cuidado—. Este es tú día, dejemos atrás esos sentimientos.
— ¿Te quedarás? —casi le suplicó—. Dime que sí, por favor Lise.
—Un tiempo —le prometió.
Aquella promesa dejó contenta y satisfecha a la más joven, lo que permitió que las damas de honor continuaran arreglándola y mejorando los últimos detalles de su hermoso vestido de novias blanco. Lise se excusó de su hermana y se dirigió a su antigua habitación para alistarse para el gran momento que pronto se viviría.
