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¿Algo más podía ir mal? Sí, sin dudarlo.
Siempre era así, aunque sus planes fueran otros, aunque sus objetivos fueran buscar la tranquilidad y la normalidad, nunca, pero nunca, salía como deseaban. Para ninguno, mucho menos para él.
Primero había sido el ataque y secuestro de la perra loca, mejor dicho jaguar enferma, de Kate Argent, que debería estar bien muerta y enterrada, pero la maldita estaba viva y causando problemas como siempre. Enterrado en una tumba en "La Iglesia", lugar de culto y protegido por los Nahuales o también conocidos "Hombres Jaguar", fue donde lo encontraron Scott y la mercenaria pagada por Las Calaveras. Pero ya no era él, o por lo menos no su versión de 25 años.
Su edad y recuerdos no fue lo único que le robó Kate en su momento, sospechaba que también sus poderes que comenzó a perder poco a poco. Por ello contrató a la mercenaria para que cazara a la jodida jaguar, y además se permitió llamar a cierto refuerzo que sabía le ayudaría en su situación.
Sólo esa llamaba bastó para que dejara todo en su manada y fuera en ayuda de su amigo de infancia. Hace mucho que no lo veía, hace mucho que no sabía de él en persona; aunque las noticias volaban y de algunas cosas se había enterado.
El lugar de la dirección enviada gritaba su nombre por todos lados, era gris, macizo, fuerte y protector. La rubia mujer sonrió de medio lado y entró hasta el punto indicado.
Él la habría sentido, pero esos sentidos también habían sido robados al parecer. Solo se percató de su presencia cuando ella tocó la puerta del loft.
Caminó hacia el lugar y sin mayor esfuerzo corrió la puerta metálica. Detrás de ella apareció la visión más increíble que sus ojos podrían ver, estaba ella. Su cabello estaba más corto que cuando eran adolescentes, pero seguía ondulado y salvaje; sus ojos seguían siendo de ese profundo azul que siempre lo hipnotizaba un poco; sus labios estaban definitivamente más llenos y rosados, pero su sonrisa era la misma contagiosa y hermosa.
