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Hace un tiempo, no mucho, solo un par de meses desde el comienzo del año escolar, había comenzado a salir con este chico. Eran compañeros desde la primaria e incluso desde el jardín de niños, pero antes nunca habían cruzado más que palabras cordiales en algunas esquinas de la preparatoria o cuando les tocaba ser compañeros de trabajo en alguna materia.
Si se era sincera, a pesar de ser un chico muy normal y bajo perfil, a ella siempre le había llamado la atención. Esos ojos chocolate eran los más tiernos que había visto, y tenía una sonrisa muy linda que la hacía sonreír.
Todo cambió en su nula relación cuando el muchacho en cuestión tuvo un ligero cambio de un día para otro, parecía más atrevido, más extrovertido e incluso se había convertido en titular del equipo de Lacrosse, volviéndolo así cada vez más popular.
Scott McCall sin duda alguna era tierno, lindo, dulce y todas las cualidades que podrían imaginársele a una chica enamorada, el único problema era su lentitud para avanzar de nivel en las bases amatorias. Aquello le exasperaba un poco a Lennox.
La rubia quería más, solo un poco más. Los besos y caricias inocentes eran fabulosas, pero estaba completamente segura que algo más sería mucho, muchísimo mejor.
— ¿Algún avance con el ojos de cachorro? —le preguntó su mejor amiga a la hora de almuerzo de aquel día. Estaban en la preparatoria en su mesa habitual, cerca de las grandes ventanas de vidrio y lejos del tumulto de adolescentes.
Sophia conocía exactamente la situación de Lennox, Scott McCall todo lo que tenía de lindo lo tenía de lento.
—Nada —respondió con un suspiro, pinchando la ensalada de frutas que tenía en frente, la frustración se le notaba a leguas.
— ¿Y qué harás?
—No lo sé —lloriqueó exageradamente provocando una risa auténtica de parte de Sophia—. ¡No te rías tonta, estoy sufriendo!
