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Cenaron en lo que parecía ser una cena normal, sin arrebatos ni discusiones que lo llevaron a ser golpeado hasta casi la muerte, su progenitor se había ido a dormir hace una hora o más, debía sentirse tranquilo y afortunado por esa noche, sin embargo no podía conciliar el sueño.
Recostado en la pared de su habitación y pegado a la ventana no podía apartar la vista de la casa de enfrente, aún estaba encendida la luz del cuarto que tan bien conocía y esta lo llamaba a ir. Intranquilo por culpa de las ansias y decidido se levantó del piso y bajó por las escaleras silenciosamente, llegó hasta la cocina y salió por la puerta de esta.
Hace un par de días que no hablaban y la extrañaba demasiado. Se habían visto en la preparatoria a lo lejos y en las clases que compartían, pero intercambiar casi nulos saludos y ciertas miradas cómplices no se podía comparar con las noches que pasaban juntos.
Su casi ambigua y cordial relación de niños se había transformado para él justo después de que Lydia Martin lo rechazara cruelmente, ahí fue que Mya Whittemore estuvo presente y lo reconfortó amablemente haciéndolo reír y olvidar el mal rato, ella siempre había sido muy buena con él. Desde ese momento comenzaron a jugar en el vecindario y a hablar más, y desde ese momento también, Isaac se enamoró completamente de ella.
Cuando crecieron la linda muchacha se convirtió en la chica más popular, deseada e inalcanzable de la preparatoria junto a su odioso mellizo y la novia de este, por eso él no le hablaba y hacía como que no la conocía, no quería afectar su vida en lo más mínimo al ser el mayor perdedor de todos.
Cruzó con cuidado la calle, la ventana estaba entreabierta esperándolo, por allí escapaba un aroma sutil pero embriagador de vainilla y coco, la fragancia favorita de inciensos de Mya que se había convertido en la favorita de él. Sin hace ruido se coló dentro, era una ventaja que su habitación estuviera en el primer piso y muy alejada de la de sus padres y hermano.
