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Nunca tuvo que pedir perdón ni rogar porque Theo jamás abrió la boca. Pasaron las semanas y todo siguió como nada hubiese ocurrido, supuso que él tampoco quería perder a Liam después de todo. Pobre Liam, cuánto le habían fallado.
El adolescente hombre lobo no entendía lo que pasaba pero no le molestaba en lo más mínimo porque ahora Theo y Charlie no se atacaban más, era como si no existiesen a los ojos del otro. Era desconcertante pero estaba bien para él.
Sin embargo que se ignoraran no significaba que habían olvidado lo pasado entre ellos. Dios sabía cuánto querían a Liam y cuán importante era para ellos pero simplemente no podían dejar de pensar en el otro, a cada momento revivían en sus mentes lo sentido al estar juntos, sus labios devorándose y sus manos queriendo desgarrarse.
Debían ser los mejores actores del planeta, porque a pesar de ignorarse a muerte estaban al pendiente de cada uno de sus movimientos, sabían en dónde estaba el otro, qué hacía y con quién hablaba; era enfermizo.
Y esa misma enfermiza situación fue lo que llevó a Charlie, en otro período libre, a seguir el rastro de Theo por los pasillos. Su olor estaba cargado con frustración, enojo, deseo y estaba ensuciado con el olor de alguien más, de una chica.
¿Qué demonios tenía que estar haciendo ella ahí? Probablemente nada. ¿Quién la había mandado? Nadie. ¿Le gustó lo que estaba viendo? No, definitivamente no.
Su temperamento hirvió cuando al abrir la puerta de la oficina del entrenador sus ojos vieron aquella escena tan asquerosa. Theo tenía sentada sobre el escritorio a una morena de último curso mientras le metía mano descarada y desesperadamente.
Al quimera no le gustaba la morena, con suerte la encontraba atractiva y pasable, de hecho ni siquiera estaba buscando pasar un buen rato solo quería sacarse de la cabeza por un jodido momento a Charlotte Lahey.
