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Después del susurro de esas palabras su mirada se encuentra de frente con esos ojos provocadores y todo desaparece, como siempre. La mesa puesta, la cena humeante servida, la música sonando. Ya nada importa.
La mirada se intensifica mientras se va acercando acechante, no existe nadie más perfecto que ella en el mundo, en su mundo. Ella solo espera en su lugar con esa sonrisa seductora y ojos tentadores, sabe lo que se viene y lo espera con ansias. Pecado, eso exhumaban sus poros y gritaba su esencia. Lo peor es que él lo sabía, peor aún, lo disfrutaba.
El autocontrol era algo que jamás había experimentado en su vida, y cuando ella apareció en su vida supo que jamás lo conocería. A la llegada una mano recorrió el muslo caramelo hasta quedarse en el trasero, y la otra se aferró con ansias al cuello del mismo color. Las manos contrarias no se hicieron esperar y se enredaron en el pelo castaño pegándose a él.
Sin preámbulos ella buscó su boca de manera violenta, sabía cómo manejarlo en todas las situaciones y hacerlo doblegarse a su antojo, a esas alturas ya era una experta.
Las manos caramelo se desenredaron cuando fueron contestados los salvajes besos e hicieron su lento y tortuoso camino hasta el fin de la camiseta, que desapareció segundos después. Aquellas manos volvieron a subir rozando en los lugares justos y calentando la piel en su pasar.
Él gruñó al sentir como las manos eran acompañadas de besos y ella comenzaba a descender, sin más tuvo que soltar su agarre. El botón fue desabrochado y el cierre bajó al tope. Un nuevo gruñido se escuchó desde lo más profundo de su pecho cuando finalmente aquellos delirantes labios hicieron contacto en donde más deseaba. Era una experta.
Horas, minutos, probablemente tan solo segundos fueron necesarios para enloquecer con aquellas caricias y sonidos. No pudo aguantar más y la levantó. Su mirada estaba vidriosa y su sonrisa solo expresaba satisfacción, así como él.
