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Besos y caricias suaves, esas eran las delicias que lo despertaban esa mañana. Conocía a la perfección esos labios y esas manos, conocía a su dueña de memoria.
—Hey... —saludó con la voz adormilada pero feliz, debían ser apenas las siete y ocho de la mañana.
—Buenos días —lo saludó la preciosa rubia que estaba en su cama mientras repartía más besos y caricias en su rostro y cuello.
— ¿Qué haces? —curioseó de forma juguetona Derek incorporándose en su sitio y dándole alcance por la cintura para pegarla a su cuerpo.
—Nada —rio ella inocentemente—. Solo te despertaba de una manera amistosa —jugueteó con voz seductora y se lanzó a sus labios. Derek sonrió sobre sus labios porque así era lindo despertar, y él era un maldito suertudo que podía hacerlo a diario.
Con algo de fuerza y destreza Lorene empujó a Derek por los hombros y se sentó a horcajadas arriba suyo sin dejar de besarlo de esa manera tan ardiente y fogosa. Él le correspondió con la misma pasión porque sinceramente nunca había logrado resistirse a nada que tuviera que ver con ella, esa rubia era la dueña completa de su vida. Derek no concebía un segundo lejos de Lorene, estaba completamente atado a ella y clavado a sus labios suaves y delicados, adictivos y deliciosos. Cada vez que tenía oportunidad la besaba de todas las maneras imaginables, en esos momentos la ternura y el cuidado quedaron fuera de juego.
El juego era Lorene y Derek devorándose por completo. Con ambas manos, la rubia tiró a su acompañante de la camiseta y lo hizo levantarse para poder sacarla de su maravilloso cuerpo, él obediente cumplió con la orden y la prenda terminó en algún lugar del piso de la habitación. Derek tampoco se quedó tranquilo, por lo que con un movimiento rápido la despojó de su pijama que consistía en una suave camisa de seda, dejándola vestida solo con unas pequeñas bragas.
