Capitulo 5

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• Bridget •

   Seguía tarareando la canción de cuna que mi mamá me cantaba siempre antes de dormir, pero creo que me estaba poniendo peor. Aunque Sam me aseguró que no sabía nada de él, me había provocado un ataque de pánico el solo hecho de hablar de la situación. ¿Mi carta habrá sido lo suficientemente convincente? No me fío de eso. Estoy segura de que él lo sabe. Él siempre sabe todo. Probablemente ya está en un avión para venir a buscarme.

   Respira. Respira. Respira.

   Lo único que necesitaba ahora era un ataque de asma. Tenía que tranquilizarme o iba a asustar a los Hemmings. 

   Él no sabe dónde estoy, ¿cómo podría saberlo? Reí por haber sido tan crédula. 

   Por supuesto que no lo sabe. Sólo mi abuela, Sam y la directora de mi antiguo colegio saben que estoy en Australia, y podría apostar mi vida a que ellos no dijeron nada a nadie y siguieron con el plan que habíamos ideado. Todo estaba bajo control. Nadie venía a por mí.

   La escuela donde estudiaba en América tenía una especie de alianza con la secundaria en la que empezaré a estudiar aquí en Australia. La directora, Eleanor Ferguson, había ayudado con mi papeleo y a obtener lo necesario para que todo estuviera bien preparado. Sin embargo, yo le había pedido, o más bien rogado, que no dijera absolutamente nada de lo ocurrido. Y al enterarse de mi situación, aceptó sin dudarlo a que fuera algo confidencial.

   Mi respiración se tranquilizó un poco y cada vez lograba calmarme más. Me levante del suelo, sequé mis lágrimas y revise mi teléfono, eran las seis y treinta de la tarde, seguro Liz me llamaría en un momento para cenar. Me sentía extremadamente cansada. En todo el día no había tenido siquiera unos minutos para dormir. Mi cabeza bombardeaba del dolor, debo recordar tomar una aspirina luego de una larga ducha caliente.

   Estando bajo el agua comencé a aislar mi mente de las cosas que me preocupaban. Se me ocurrió la idea de comprar un cuaderno o una especie de agenda, así podía estar más organizada con las cosas que hacía o necesitaba.

   No tenía que preocuparme de libros ni del uniforme, pues eso lo había comprado junto con mi abuela hacía unos meses atrás, precisamente para no ocuparme de eso ahora. Pero si necesitaba una nueva mochila, algunos lápices de colores y resaltadores, y quizás algo de maquillaje nuevo. No era muy amante de cubrir mi rostro de cosméticos, ni tampoco sé cómo hacerlo, pero creo que debería empezar por preocuparme más por mi aspecto.

   No como Veronica, claro. Puedo apostar tomo mi dinero a que esa chica gasta toneladas en maquillaje caro y pestañas postizas.

   Y por todo mi dinero me refiero a cinco o seis dólares.

   De acuerdo, no éramos pobres. De hecho, mi abuela contaba con una considerable cantidad de dinero. Por supuesto que no se acercaba ni a una pequeña parte de todo el dinero que tenían los Hemmings, pero era suficiente. Suficiente para mantenerse ella, y mantenerme a mí. Ella me refugió una vez que mamá murió. Se encargó de mi completamente. Y aunque había intentado irme a vivir con ella un par de veces, no era posible porque él decidía interferir, sólo para tenerme encerrada en casa.

   No debería estar pensando en eso siquiera.

   —¡Ouch! —me quejé. No me había dado cuenta de lo caliente que estaba el agua hasta que mi piel empezó a arder.

   No tenía idea de cómo ajustar la temperatura. Llegó a estar tan herviente que tenía que soplar entre mis manos antes de arrojarla a mi cuerpo. Patético. Por suerte, mágicamente empezó a tornarse fría, y pude terminar mi ducha en la calidez del agua tibia.

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