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capítulo 30

Louis quiere echarse a llorar, y de paso desea gemir, gruñir, quejarse en voz alta a medida en que aquel aparato de goma se sacude en sus entrañas, enviando estas vibraciones vehementes que golpean de manera irreflexivas sus murallas de terciopelo, esas que se regocijan ante la estimulación que reciben en contra de la voluntad de un joven abogado que se ha tenido que morder la lengua para evitar soltar cualquiera de aquellos sonidos obscenos que sabe que burbujean en su garganta y que no se puede permitir.

Ha intentado aguantar la respiración para apaciguar los escalofríos que azotan su sistema, uno tras otro, sin tiempo de por medio para darle un mínimo descanso en el que pueda recomponerse. No, Louis es atacado por aquellos espasmos una y otra vez mientras su intimidad sagrada se va endureciendo cada vez más contra la tela de su ropa interior, de sus pantalones, creando una fricción que no le ayuda en lo más mínimo cuando la posición sentada sólo contribuye a que se perciba como si fuera a reventar.

Ha cruzado las piernas con la esperanza de que eso le ayude a disimular la excitación que en él abunda, se ha bajado con disimulo la parte inferior de la chaqueta para cubrir el probablemente obvio bulto que se forma en la parte más baja de su pelvis y ha hecho todo lo que ha estado en sus manos para encubrir esa expresión placentera que se quiere colar por su rostro cada vez que cierra los ojos y estos se le quieren voltear hacia arriba.

No ha dejado de maldecir a su admirador por ponerlo en esta situación, por encender aquel juguete justo delante de su jefe, quien hace unos segundos le ha pedido un momento y se encuentra distraído buscando lo que parecen ser papeles dentro de su maletín negro, cosa que hace que Louis pueda abrir la boca para dejar escapar el aire y volver a morderse el labio inferior para evitar que cualquier sonido salga de él.

Va a matar a su aficionado, en cuanto averigüe si Wyatt es parte del bufete y de paso en qué piso trabaja, lo va a matar, y la denuncia que recibirá será por homicidio en lugar de exhibicionismo o cualquier ley que aplique a una falta de respeto como la que está cometiendo por encima de su consentimiento pleno.

O bueno, casi. Al final de cuentas, lo que sea que suceda cuando se corra será culpa suya en la misma medida, porque después de todo ha sido él quien se ha puesto el juguete con mucho regocijo y hasta se ha tocado esa misma mañana con él enterrado en sus entrañas.

Si, esto es responsabilidad de Louis, y lo sabe, y es por eso que las ganas de llorar aumentan, porque si pierde su empleo por algo como esto entonces no tendrá a nadie más a quien caerle encima además de a sí mismo, y a su admirador.

Se obliga a respirar cuando los pulmones le llegan a arder con exigencia absurda, y un quejido bajo se escapa de sus labios finalmente, tan discreto como Louis ha podido permitirlo, con la intención de que el señor Styles no deje de buscar en su maletín lo que sea que esté intentando hallar tan sólo para que no vea como Louis realmente baja una de las manos hacia su regazo y se aprieta el muslo con fuerza absurda cuando todo lo que quiere es colarse las manos entre los pantalones y agitar los dedos alrededor de su carne espléndida y ardiente, la cual a lo mejor está empapada entre aquellas panties verde olivo, arruinadas por aquel néctar que tiene que estar expulsando en exceso cuando a cada segundo está más cerca de terminar.

La única forma en la que lo sabe es porque su mente empieza a tener estas imágenes prohibidas en donde se corre por completo, con un gruñido que retumba en toda la oficina y que llame la atención de su jefe, quien en su cabeza lo obligaría a ponerse de pie y explicarle qué es lo que está sucediendo con él de una buena vez y por todas.

Y Louis se levantaría con toda la vergüenza del mundo, y le enseñaría el desastre que ha quedado en sus prendas, y de paso se las bajaría para mostrarle como su precioso trasero se encuentra colmado por un juguete que Harry ciertamente sacaría tan sólo para reemplazarlo con su enorme entrepierna, porque si, en la imaginación de Louis su superior tiene una intimidad colosal capaz de hacerlo doler y cojear por lo menos dos días enteros; y follarlo contra aquel escritorio como una especie de merecido por tener tan poco pudor y faltarle al respecto de esa manera.