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capítulo 24

Lo primero que hace el cerebro de Louis es intentar buscar algún registro en su memoria que le haga saber si ya ha escuchado aquel tono de voz con anterioridad. Su mente se esfuerza en recordar si alguna vez en toda su existencia ha presenciado una tonalidad tan profunda, pero aun así tan suave que se percibe como una especie de caricia solemne que su espíritu ha estado necesitando y que sólo hasta ahora es que se ha podido dar cuenta.

Las cejas se le fruncen cuando no lo reconoce, y la sensación de incertidumbre ligada con la ligera curiosidad se entremezclan en su sistema en conjunto con el cosquilleo que le provoca el alcohol que se encuentra danzando en toda su anatomía y que no parece tener intenciones de detenerse cuando no ha dejado de tomar.

No se da a sí mismo la oportunidad de preguntarse de quién se trata, porque tan pronto como se aparta la boquilla de la botella de los labios y se gira hacia la figura masculina que le ha dirigido la palabra de manera directa; Louis descubre que efectivamente no tiene idea de quién es este sujeto.

No obstante, eso no evita que el entrecejo se le relaje en un gesto de impresión cuando su mirada se enfoca en todo el conjunto que conforma a aquel individuo delante de él.

Parpadea con lentitud mientras sus ojos trazan un recorrido divino en todo su rostro, desde aquellos orbes oscuros y rasgados y aquellas cejas bien formadas que delinean todo el atractivo en la sección de los ojos, siguiendo con aquella nariz perfilada y deslizándose por aquellos labios rosados y diminutos que logran que los de Louis incluso se entreabran en su propia sorpresa.

No está demasiado seguro de si tiene que ver con el hecho de que sus cincos sentidos se hallan medio tambaleantes y más o menos ausentes, pero hay algo en la forma en la que aquel cabello negro, tan oscuro como un cielo nocturno al que solo le hacen falta aquel millar de estrellas para hacerlo deslumbrar con unas preciosas constelaciones; que hace que a Louis le piquen los dedos por pasar las yemas en aquellos mechones que caen por esa frente blanquecina y ligeramente tintada por culpa de las luces del bar.

Si se ha dicho en algún instante de ese día que no va a ligar con absolutamente nadie y que le será fiel a una relación inexistente con un admirador al que ni siquiera conoce, en esos momentos no es capaz de recordarlo, ni en lo más mínimo, no cuando tiene a esta especie de Adonis reencarnado justo en sus narices, hasta el punto en el que es imposible el ignorarlo.

Y no quiere, en absoluto.

Se pasa la punta de la lengua por la comisura derecha del labio, y se llena los pulmones de aire antes de apoyarse ligeramente sobre la barra con el brazo que le queda libre y alzar ligeramente la mano que sostiene su bebida.

—No lo creo— Responde entonces, justo cuando su cerebro le da un chasquido para que reúna toda su basura junta y empiece a actuar antes de quedar como un completo tonto delante de aquel sujeto, que es precioso como nadie, que resulta ser el hombre más guapo que ha visto en toda su vida después de su jefe y que, de cierto modo, no puede creer que le esté hablando justamente a él. —Creo que primero tendría que tener uno de esos para que le molestara.

Su comentario tiene la intención de ser ligeramente juguetón e informativo más que cualquier otra cosa, pero de alguna manera termina sonando algo así como sarcástico aun cuando ni siquiera se esfuerza en ello.

De repente, de la nada, este repentino temor por haberlo ofendido se desplaza por sus nervios, y una mueca de angustia está a punto de trazarse por la finura de su rostro cuando de pronto, el pelinegro deja escapar una suave risa que no llega a sus oídos por culpa de la música, pero que de todas formas Louis imagina que tiene que ser deslumbrante por la increíble sonrisa que adorna el rostro de aquel individuo y que logra que el corazón de Louis lata con fuerza absurda una sola vez.