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Capítulo 75

Harry detiene el coche delante del edificio en el que Louis reside sin demasiados problemas.

La noche es oscura y sin estrella, pero la luna se encuentra en lo más alto del cielo mientras ninguno de los dos parece tener la intención de realizar algún movimiento ahora que han llegado a uno de sus destinos finales.

El cinturón permanece alrededor del torso del castaño, el aire acondicionado le da directamente en el rostro, provocando una ligera somnolencia que desvanecerá tan pronto como deje de recibir aquella ventisca friolenta que le agrada en demasía y que puede ser su parte preferida de todo el coche.

Su adoración probablemente tiene mucho que ver con el hecho de que la sola presencia del rizado aumenta la temperatura en su anatomía y provoca que su sistema nervioso se funda en calor, pero eso es algo en lo que no piensa ni mucho menos ha considerado en las ocasiones que se ha montado en el auto.

El silencio se desenvuelve entre ellos, el sobre de manila con el contrato dentro descansa sobre su regazo, y sus labios cosquillean ante el recuerdo de ese beso que el señor Styles le dio en una de las paradas de semáforo del trayecto. Ha querido más, por supuesto, pero ha tenido que conformarse con unas cuantas caricias insuficientes porque eso definitivamente es mejor que nada.

Una respiración repentina sale de los pulmones del hombre a su lado, provocando que el muchacho desvíe la mirada hacia él casi de inmediato.

—Así que —dice Harry en un murmullo bajo, uno que resulta ser del agrado de los oídos del joven de ojos azules, quien se deleita con el timbre de su voz, con la lentitud exquisita de esas palabras que se forman en esa boca con eterno sabor a cereza—, ¿te gustó la comida?

Louis se fija en la manera en que las manos de su jefe se dirigen hacia su regazo, lejos del volante, como si supiera que la conversación los llevará a alguna parte, como si fuera consciente de lo fácil que es que los minutos se conviertan en horas.

El muchacho asiente rápidamente, convencido al extremo de su respuesta.

—Oh, sí. Estaba deliciosa —declara con entusiasmo, porque es la verdad.

El platillo que degustó estaba fantástico y estuvo a punto de rechazar el postre que Harry pidió con tal de no perder el sabor. No significó una desgracia que sí comiera de ese pastel de queso con fresas, porque la boca se le convirtió en el cielo y él estuvo a punto de ponerse de rodillas y rezarle a una rebanada de dulce, porque así de bueno estaba. Y el recuerdo del sabor está tan presente en su memoria, que ni siquiera se da cuenta de las cosas que comienza a decir.

—De haber sabido que iba a estar así de buena, me habría quedado en lugar de salir corriendo la otra vez —bromea, volcando los ojos con una sonrisita casi irónica, con las palabras saliendo de sus cuerdas vocales en lo que podría ser la oración más cruel que ha podido pronunciar jamás.

Ha sido un juego.

El tono que ha utilizado claramente da a entender que no está hablando en serio y que todo se trata de un chiste que pretendía ser inofensivo y divertido. Harry incluso deja escapar una risa silenciosa que podría motivar a un coro de ángeles completo, pero que para el muchacho solo se escucha como una risa en un océano de pura tristeza.

Es por esa razón que a Louis se le borra la curva en los labios más rápido que inmediatamente y está a punto de sufrir un ataque nervioso al saber que no ha debido decir algo como eso, ni siquiera de broma.

—Lo siento, lo siento —se apresura en disculparse, girando el torso tanto como el cinturón se lo permite en dirección al rizado cuyas comisuras continúan estando estiradas—. No, no sé por qué dije eso —sacude la cabeza, y el remordimiento se escurre fuera de él como una cascada al final de un río—. No debería, lo siento, no quise bromear con cosas así.