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Capítulo 67

Louis sabe que se excedió la noche anterior tan pronto como ocupa el asiento del taxi y una mueca se estira por su rostro hasta desconcertarlo.

La incomodidad es soportable, por supuesto, pero aun así refuerza su existencia al pincharle fastidiosamente en ciertos lugares, sirviéndole como recordatorio de lo imprudente que ha sido y de lo avergonzado que debería de estar consigo mismo.

Fueron horas de madrugada gastadas en la efervescencia de sus fantasías y la compañía de un objeto inanimado, minutos eternos de lloriqueos incesantes y una abundancia de fluidos que con cada ronda se iba haciendo menos densos hasta el punto en el que podían rozar el agua.

Ha tenido que cambiar las sábanas en plena noche, y la única razón por la que se detuvo fue porque todo el cuerpo se le había entumecido y había sido víctima de varios calambres que le hicieron saber que ya era suficiente.

Pudo haber muerto. Es un milagro que haya abierto los ojos cuando la alarma sonó porque él realmente estuvo cerca de llevarse a su propio límite.

¿Se arrepiente?

Claro que sí.

El bochorno de sus memorias se lo come desde adentro durante todo el viaje a la firma.

Las imágenes de su propia vulgaridad y deseos lo azoran lo suficiente como para que prefiera tener amnesia, no porque se trate de la primera vez que se desconsidera de ese modo, sino porque fue tan tosco con sus ilusiones, que ni siquiera sabe cómo es que va a mirar a su jefe a la cara. Probablemente no lo haga, quizás evite el contacto a toda cosa para no caer en el océano de todos esos recuerdos basados en todo el abuso que el señor Styles deliciosamente le propició a su cuerpo.

Se abstiene de tenerlo presente, y para cuando está sacudiendo las pestañas con la intención de regresar a la realidad, el vehículo ya se está deteniendo en la acera delante del edificio.

Paga la tarifa con un agradecimiento murmurado, se baja del carro con una nueva mueca cruzándose por sus facciones y emprende un caminar en el que disimula bastante bien la fastidiosa sensación que se le queda cada vez que sus pantalones se ciñen a sus glúteos con cada paso que da.

Si tan solo no se hubiera azotado innumerables ocasiones, no le estaría ardiendo el roce ahora mismo, pero es lo que es y no puede hacer más nada que cruzar la puerta de entrada.

Sus ojos caen rápidamente sobre la mesa de recepción.

Su mirada se enfoca en la sonrisa de Marina, que es amplia y habitualmente rojiza, tan contenta como la alegría que destella en sus globos oculares mientras Niall está inclinado sobre la superficie hablando con ella.

Puede sentir como sus propias comisuras se estiran al verlos, y no duda ni un solo segundo en aproximarse con una mano en el bolsillo y su maletín en el otro.

—No deberían coquetear en horas de trabajo —regaña jocosamente, siendo de todo menos serio cuando la curva de sus labios es más divertida que cualquier otra cosa.

Niall se gira casi inmediatamente y Marina alza las cejas en su dirección antes de tomar la palabra.

—Hola, chico perdido —le saluda, sus mejillas tiñéndose suavemente en un color rosado que podría pasar desapercibido si tan solo Louis no hubiera presenciado cómo le baña los pómulos momentáneamente—. Hace tiempo que no te vemos.

El castaño sabe rápidamente a qué se refiere, y aunque es consciente de que su amiga no lo dice con malas intenciones ni mucho menos pretende acusarlo de absolutamente nada, no puede evitar arrugar las cejas con pena y ponerse la mano en el pecho con cierta melancolía.