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Capítulo 57

Louis paga el viaje en taxi con el efectivo que encuentra en su billetera, sus pasos son torpes sobre la acera y las palabras por poco se le enredan en la lengua cuando da ese agradecimiento que no está seguro de si llega a los oídos del conductor porque cierra la puerta.

Su vista está distorsionada por culpa de la cantidad de alcohol que se desplaza por su sistema, porciones exorbitantes que se revuelven en sus entrañas y le provocan esta sensación de vértigo que sólo logra controlar cuando se sostiene a las barandillas de la escalera del edificio en el que reside. Subir los peldaños es toda una aventura cuando no puede mantener su propio equilibrio, pero en algún instante consigue llegar a su piso sano y salvo y con un par de llaves que a duras penas puede sostener con decencia.

Es su culpa que se encuentre en ese estado, porque deliberadamente —y luego de esa conversación tan seria que tuvo con Marina y finalmente con Niall que ahora mismo no recordaría ni porque le paguen por ello—, se dispuso a pedir más cervezas que definitivamente no necesitaba y a ser partícipe de todas estas rondas de baile con Babette que terminaron en risas absurdas y el cumplido de su amiga de que se movía realmente bien.

Por supuesto, Louis no le creyó ni un poco, en parte porque él no es un bailarín estrella y porque aquella chica estaba igual de borracha que todos los demás.

Le agradeció por ello, de todas formas, y el resto no es más que historia porque se terminó yendo primero que los demás, como siempre. Fue toda una hazaña el conseguir un taxi a esas horas de la madrugada, pero eso deja de ser un tormento cuando cruza la puerta de su departamento y deja escapar un pesado suspiro que resuena en toda la sala. Enciende la luz justo después de cerrar con todos los pestillos, se vacía los bolsillos mientras arrastra los pies y se deja caer en el sofá con un gruñido de piedra antes de recostarse sobre su propia espalda.

Se pasa las manos por la cara con una nueva exhalación, el techo le da vueltas cuando separa los párpados, y está casi seguro de que puede escuchar todos y cada uno de los latidos de su corazón. Tiene la boca espantosamente seca, pero eso no sirve como justificación para ponerse de pie e ir hacia la cocina en busca de un vaso de agua. Se queda ahí tirado como peso muerto, como si estuviera listo para que ese fuera su lecho de muerte porque ha tomado demasiado, y en cualquier instante se pondrá enfermo porque fue demasiado desconsiderado consigo mismo y las botellas.

Ni siquiera tiene idea de por qué sintió ese impulso tan absurdo de beber hasta este punto, así como tampoco sabe por qué exactamente es que se está enderezando en el sofá para buscar su teléfono en alguna parte de los cojines porque no recuerda haberlo puesto allí junto a las llaves.

Lo encuentra en un instante, la pantalla se enciende cuando la toca y tiene que volver a restregarse la cara como si quisiera arrancársela con las palmas. Se relame los labios sorbiéndose la nariz y sin ser verdaderamente consciente de sí mismo y de sus acciones, su cabeza se llena de un único pensamiento mientras busca entre sus contactos un número en específico.

Se le dificulta un poco leer las letras correctamente, porque todo se le sacude y es demasiado complicado el evitar ponerse visco, pero Louis eventualmente logra su cometido y pronto está presionando la pantalla sobre el icono de llamada tan solo para colocarse el auricular cerca del oído.

Se vuelve a dejar caer sobre el mueble, solo que esta vez lo hace en el espaldar con la mayor parte del dorso doblada incómodamente mientras sus piernas se extienden hacia adelante hasta llegar a alcanzar la mesita de centro en una esquina. Golpea el borde con la rodilla un par de veces, con nada en la cabeza, con todo en realidad cuando la palabra adiós se desliza como si de sus neuronas se tratara aun cuando sabe que es incapaz de pronunciarlo de verdad al no estar verdaderamente seguro de si esta es una buena decisión.