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Capítulo 79

Louis se guarda el móvil en el bolsillo de la sudadera y regresa con la mente en blanco hacia el sofá, en donde Wyatt tiene la mirada perdida en algún punto entre la mesita decorativa y el suelo, con el borde de la taza apoyada del labio inferior y el pelo menos alborotado que antes.

El castaño no tiene oportunidad de identificar su semblante, pues el coreano reacciona ante su silueta y se llena los pulmones de aire antes de dirigir esas oscuras cuencas hacia él.

—Preparé café —anuncia con un gesto protagonizado por su grueso mentón al señalar en dirección a la porcelana que descansa sobre la mesa—, no sé cómo te gusta así que lo hice igual que el mío. Espero que la crema no te disguste.

El muchacho se gira hacia la bebida, curiosamente humeante en la medida de lo posible. La temperatura es de su agrado cuando la toma entre sus manos y le da un pequeño sorbo antes de tomar asiento en el mismo lugar que ocupó cuando llegó. Las papilas gustativas se le calientan ante el dulce sabor, que no llega a ningún extremo y que permanece en ese punto medio que roza la magnificencia con ayuda de la crema.

—Así está bien —declara con gusto, con el alma estremecida ante la alegría de, finalmente, recibir esa dosis de cafeína y serotonina que tiene que consumir a primera hora en la mañana porque de lo contrario se sentirá justo como lo ha hecho antes de humedecerse la boca con el líquido—. Gracias.

La garganta de Wyatt vibra en un tarareo tranquilo. Ambos les dan pequeños sorbos a sus bebidas, en silencio, tal vez disfrutando demasiado del mutismo y la recarga de energías o quizás buscando lo más adecuado para decir. Lo cierto es que Louis no tiene nada, al contrario del pelinegro, quien choca la lengua contra el cielo de su boca en un saboreo antes de girar el rostro para verlo.

—¿Ese era el señor Styles? —pregunta, iniciando una conversación que no tiene que ver con el motivo de por qué está allí sentado y el por qué sigue en aquel piso.

—Si —contesta con un pequeño asentimiento. Le da dos golpecitos con el pulgar a la orilla de la taza al mismo tiempo en que tuerce los labios—. No fue nada importante, solo quería saber dónde estaba.

De soslayo, Louis aprecia como Wyatt enarca una de las cejas.

—¿Le dijiste que estabas aquí? —inquiere y por su tono de voz parece un poco más sorprendido de lo que la confesión lo amerita.

El castaño no lo culpa. Sabe perfectamente el tubo que está tomando esta charla y no puede ser menos agotador para él tener que hacer esto.

—Sí —afirma.

Su cabeza se balancea de arriba abajo una vez más y el pelinegro se acerca la porcelana a los labios.

—¿Y estuvo bien con eso? —curiosea después de haberse empapado el interior de las mejillas.

Louis cierra los ojos un segundo, porque la respuesta es no y decirlo en voz alta por alguna razón lo hace sentir un poco avergonzado.

No quiere causar la impresión de que existe una rivalidad entre ellos dos por el solo hecho de tenerlo a él como factor común, no solo porque se supone que el asunto ha quedado claro y que no debería de haber percances como ese, sino porque también, se supone que son adultos completamente capaces de razonar y no estudiantes de secundaria intentando ganarse un corazón que, a estas alturas, ya ha decidido con quién se va a quedar.

Por otro lado, hay una parte —la razonable— de él que le hace saber que no podría considerarse una competencia cuando Wyatt no está intentando meterse con él y ellos ya han hecho las paces en un acuerdo de amistad que ahora están poniendo en práctica. Es solo eso. Son solo eso; amigos y ya.