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Capítulo 66

Así que, cuando Louis aceptó ese aventón hacia su piso un miércoles por la noche después de trabajar, por alguna razón no se le cruzó por la mente la posibilidad de que su jefe terminaría comiéndole la boca delante de su edificio.

Sin embargo, allí está él, con el rostro tan caliente que tiene la impresión de que se le va a fundir en esa vergüenza mezclada con su propia excitación creciente, con los ojos llenos de lágrimas porque desde hace rato está siendo víctima de todos estos espasmos que le traspasan hasta el alma y que lo obligan a quejarse de vez en cuando, con la boca media entumecida, hormigueándole sin cesar mientras la mueve en la misma sincronía que ha trazado el rizado desde el inicio.

Sus lenguas ya conocen el camino hacia la cavidad del otro, los dedos en su nuca ya se sienten tatuados en su piel porque Harry insiste en hundirle las yemas de veces en cuando, antes de ofrecerle estas caricias que ascienden hasta los mechones bajos de su cabello y terminar en alguna parte de su cráneo tan solo para volver a descender.

A estas alturas, Louis ni siquiera sabe a qué se está sosteniendo.

Ha empezado sujetando esos hombros anchos y ajenos para poder lidiar con la incómoda situación de tener una pantalla dividiendo los asientos, pero en algún momento ha pasado a agarrarse de una cintura que se curva justo en donde sus dígitos se encuentran y el inicio de una espalda que lo está volviendo loco.

Puede sentir los músculos debajo de la prenda. Es capaz de tantear ese terreno glorioso que se extiende en esa musculatura definida y que se marca cada vez que el abogado hace el más mínimo movimiento.

Debajo de sus párpados y todavía envuelto en ese asfixiante pero efervescente beso, Louis imagina cómo debe de lucir sin nada puesto, lo varonil que debe lucir con sus bíceps y tríceps marcados, y las copas de sus hombros sobresaliendo en una dureza que lo marean completamente. Lo visualiza deliciosamente tonificado, poderoso entre toda esa masa corporal que podría emplear para hacerle un millón de cosas y un poco más.

Louis podría fantasear sobre cómo su jefe podría someterlo bajo su grueso cuerpo y dejarlo inmóvil y a su total merced. Él realmente podría. No obstante, se abstiene de crear una sucesión de ideas en su cabeza —especialmente porque no confía en sí mismo para detenerse—, y prefiere, lamentablemente, apartarse de él.

—Mmh, ya —susurra, sumamente afectado, horriblemente sofocado. No siente la piel de la boca, y tiene este asunto entre los pantalones que solo lo avergüenza y lo hace enrojecer todavía más—. Ya.

Sacude la cabeza como si eso fuera suficiente, como si con eso fuera a darle a entender que de verdad tiene los labios anestesiados y que es un milagro el que pueda siquiera pronunciar alguna palabra.

A pesar de ello, y aparentemente, para Harry no funciona de la misma manera, porque en realidad, ese pequeño empujón que Louis le ha dado no ha tenido ninguna repercusión y el rizado no se ha movido en absoluto. Al contrario, se ha acercado todavía más para comenzar con esa nueva repartición de besos en todo el trayecto de su comisura y su mandíbula y la curva de su cuello que es peligrosa porque él en serio actúa como si quisiera quedarse a vivir allí.

De repente, el señor Styles tararea en voz baja, y a Louis se le escapa un jadeo al mismo tiempo en el que sus entrañas se aprietan con fuerza. Su intimidad tiembla, su privacidad trasera se encoge y todo lo que pasa por su cabeza ahora es que, si este hombre no se regresa a su asiento, el castaño tendrá que tomar medidas drásticas, como salir del coche sin despedirse, o pasarse a los asientos traseros y olvidarse de que alguna vez le quedó dignidad.

¿Quién la necesita?; pregunta la voz dentro de su cabeza justo cuando Harry le muerde suavemente la esquina de la barbilla.

Él, probablemente sea la respuesta correcta, pero todos sus pensamientos se vuelven un tanto borrosos cuando el rizado endereza la cabeza y le acaricia la nariz con la punta de la propia.