Capítulo 6: Los golpes no se cubren

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Desde ese entonces, estar en esa casa era más llevadero; ya no me oponía tanto a los viajes a la escuela, regularmente comía sola, pero cuando él llegaba temprano las cenas eran amenas. Todo iba mejorando.

Pero solo en casa.

-Necesito que me prestes dinero. –Cada día se volvía peor. No entendía cómo una persona no se cansaba de molestar o de golpear a los demás; tendrías que ser un verdadero psicópata si disfrutabas tanto des sufrimiento ajeno. Pero también tendrías que ser una completa idiota si dejabas que te hieran todo eso, y vaya que yo era una idiota. –Te estoy hablando. Seguro que no tendrás problema ya que ahora eres familia de las personas más ricas de todo Tokio, ¿o sí? –Yo no decía nada. –Bueno, tendrá que ser por las malas.

Entre ella y sus dos amigas hicieron que me levantara y saliera del salón; entre empujones y amenazas me llevaron a la parte de atrás de los salones de artes. Mi boca seguía cerrada y mis piernas comenzaron a temblar.

-Dame tu dinero. –No entendía realmente por qué quería mis cosas, no entendía por qué siempre a mí, no entendía qué había en su estúpida mente que le decía que eso era divertido.

Saqué de mi bolsa todo lo que tenía y se los di, pero como siempre, eso no fue suficiente. En un instante me vi en el suelo cubriendo mi cabeza forzada soportar sus golpes. Y yo no podía hacer nada. Los golpes que caían en mi cabeza hacían que dejara de escuchar por unos segundos, sus risas se hacían más fuertes cuando sus golpes sacaban el aire de mi estómago y jadeaba para recuperarlo. Varios de mis cabellos caían ocasionalmente cuando tiraban de él. Dolía, con un carajo que sí dolía, pero luego de un rato quedé inmóvil, de nuevo ya no podría sentir nada.

Cuando se cansaron me dejaron ahí en el suelo, perdí la clase de matemáticas por tratar de arreglarme en el baño, aunque no podía hacer mucho. Ese día no comí nada en el almuerzo y tuve que volver a casa caminando.

Estando en mi habitación, no tenía nada más de qué preocuparme, me puse un par de jeans, una camiseta simple y sobre esta un suéter de manga larga para evitar que los golpes se vieran, me recosté en mi cama y me puse los audífonos, subí el volumen lo más alto posible, pero eso no evitaba que pudiera escuchar sus asquerosas risas, la manera burlona en la que decían mi nombre. Y es que no podía sacar de mi cabeza que me merecía todo eso, si me trataban así era porque yo lo permitía, porque no hacía nada por evitarlo. Lo único que hacía era acurrucarme en mi cama y llorar, llorar de rabia, de coraje, llorar por mi patética existencia.

Llorar era terapéutico, ¿no? Mi mamá decía que cuando las niñas lloran se sienten mejor. Por eso lloré todo lo que pude. Luego de un rato fui a lavarme la cara, ahí noté que también me habían herido ahí: tenía un largo rasguño recorriendo toda mi mejilla. Pensando en cómo podría cubrirlo para que Sesshomaru no lo notara, se escuchó como la puerta principal se abría.

-Rin. –Me gritó desde abajo.

-Y...ya voy. –Respondí nerviosa.

Busqué lo que fuese, no podía ponerme un suéter en la cara, así que solo tomé una bufanda y la acomodé improvisadamente.

-¿Qué ocurre?

-Hoy salí temprano... -Decía mientras buscaba algo en su portafolio. –Ten. –Me entregó una bolsa de papel con algo ligeramente pesado. Al abrirlo y ver el contenido sentí mis ojos abrirse.

-Vaya. –Fue lo único que pude decir. –Gr...gracias, no sé qué decir.

-Solo charlemos acerca de ellos cuando los termines. –Eran los libros que me faltaban para completar la trilogía de la que estuvimos hablando aquella vez. -¿Y a ti qué te pasa?

-¿De qué hablas?

-Hace tanto calor y estás usando bufada.

-E...es que... no sé, tengo frío, debe ser la edad.

-¿Frío? Tenemos como treintaiocho grados afuera y tú tienes como doce años.

-Casi tengo dieciocho. –Mis nervios se toparon con la molestia de aparentar una menor edad.

Con tan solo dos pasos se posó frente a mí para quitarme la bufanda, yo la tomé con fuerza y me la pegué más a mi cara haciendo rozar la áspera tela con mi herida. Aprovechando ese mínimo instante, logró arrebatármela con su mano izquierda, y con la derecha me sujetó de un hombro, sacándome una mueca de dolor.

-Otra vez... Rin, ¿qué es esto?

-No es nada, lo hice con una pulsera.

Él sabía que mentía, ¿cómo?, no lo sé, pero lo notó. Pasó su mano de mi hombro a mi antebrazo logrando que me encogiera ante el dolor, entonces su mirada se puso más sería todavía.

-Quítate eso. –Ordenó.

-N...no.

-Dije que te quites el suéter, Rin.

Negué con la cabeza, por el gesto que hizo parecía que no iba a dejarlo pasar; me tomó de la cintura con facilidad hasta tumbarme en un sillón con el mayor cuidado posible, mis piernas quedaron entre las suyas y con agilidad deslizó el suéter de mi cuerpo dejando en descubierto los golpes en mis brazos.

-Rin. –Jadeó mi nombre asustado, horrorizado quizá, al ver todo lo que había dejado que me hieran.

-Déjame. –Sin poder evitarlo mi voz comenzó a quebrarse, no quería llorar frente a él.

-¿Quién te hizo eso? –Me preguntó suavemente.

-No importa.

-Claro que sí. Importa y mucho. –Dijo poniendo su mano en mi mejilla, la cubría por completo, mi rostro era algo pequeño, su mano era grande, no obstante, su tacto se sentía extrañamente bien; mi mano quedó encima de la suya, se sentía suave, pero fría.

¿Qué estaba pasando?, ¿Qué estaba haciendo? Mis ojos no se apartaban de los suyos, estaba tan condenadamente cerca que me sentí indefensa, pero al tenerlo sobre mí también me sentía protegida, por alguna extraña razón su respiración tan cerca de mí me deleitó.

Pero el timbre de la puerta sonó. Recobramos sentido de la realidad y nos percatamos de la posición en la que estábamos, cualquiera que nos haya visto hubiera pensado mal, pero no era así, ¿o sí?... ¡No!

Se apartó de mí, desvió su mirada por todas partes menos en mí, buscando nerviosamente un punto al cual mirar, acomodó su saco y se dispuso a abrir. Yo me levanté del sofá y volví aponerme el suéter, y por algún motivo, me sentí desilusionada, ¿por qué?

-Cariño, dejaste esto en la oficina y decidí venir a dejártelo yo misma. –Se escuchó desde la entrada.

-Cierto, gracias. ¿Quieres pasar?

-Por supuesto... -Sus tacones marcaban ruido pro toda la sala. –¿Ella quién es? –Preguntó al percatarse de mi presencia.

-Es Rin, mi concuña. Rin, ella es Kagura.

-Hola. –Salude en voz baja.

-Hola. –Habló galante, pero dejó de prestarme atención de inmediato.

-Estaré en mi cuarto. –Dije subiendo las escaleras.

-Rin, no te vayas, tenemos que hablar de esto. –Me reprendió. Sin embargo, no quise responder y subí las escaleras tan rápido como el dolor de mi cuerpo lo permitía.

Cuando al fin llegué, cerré la puerta de mi habitación, e inmediatamente las emociones comenzaron a revolverse. Al recordar nuestra cercanía mi corazón latió rápidamente, al ver su expresión cuando descubrió mis golpes, algo en el interior de mi pecho se sentía derretirse, esa chica llamándolo "cariño" me hizo sentir insegura... Aunque luego de unos segundos, me percaté de que ella fue la modelo el día en que me quedé con mi hermana en su trabajo, y estuvo con Sesshomaru el día de la boda... Ella era ¿su novia? Debía de ser, después de todo también es bonita, muy bonita...

¿Qué era ese nudo en mi garganta? 

Nos pertenecemos (Finalizado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora