Capítulo 53: Soledad

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-¡Maldita sea! Eres doctora, tú misma debes saber lo importante que es dormir bien y aquí estás toda desvelada aun haciendo trabajos. –Sus regaños a primera hora de la mañana nunca faltaban. –La otra noche solo dormiste como dos horas y estoy seguro de que esta noche no pudiste dormir ni un poco.

-Las vidas no se salvan solas, niño.

-No podrás salvar ninguna si mueres por falta de sueño.

-Sí, lo que digas, ve a contar cosas, chico contador.

Souta ya estaba a punto de entrar a primer semestre de finanzas, aunque tuvo que reponerse en la escuela por haber estado dormido por mucho tiempo, pudo recuperarse rápidamente; a medida que crecía se volvía aún más sobreprotector conmigo y con Kagome, pero lo era aún más con nuestra recién nacida sobrina.

-Hey enanos, con esos gritos van a despertar a Moroha. –InuYasha nos regañó en un fallido susurro.

Hacía apenas un mes que Moroha había nacido, era simplemente la bebé más preciosa que existía sobre la tierra. Era idéntica a su padre, pero tenía los mismos ojos de su mamá.

-De todos modos, ya me voy. –Dije empacando mis cosas en mi mochila. –Avísale a mi hermana que no llegaré a dormir.

-¿Tienes que ir al hospital?

-No, me quedaré en la casa de Sesshomaru.

Definitivamente era masoquista, aunque no sabía precisamente en qué grado, pero supongo que no era tan autodestructiva como para ser alarmante.

Regularmente visitaba la casa que Sesshomaru, a veces la limpiaba un poco, a veces solo iba a ahí a estar sola y despejarme de todo el ajetreo que rodeaba mi vida, y otras veces iba a llorar en total soledad cuando lo extrañaba demasiado.

Ese día al anochecer, luego de mi jornada en la universidad, regresé a esa triste casa que aguardaba por vernos juntos. Siempre estaba silenciosa, aunque luego de un tiempo, a pesar de permanecer en tonos grises, comencé a apreciar al ambiente desolado de aquel lugar; era reconfortante en cierto modo.

Pero, en medio de mi pacífico regocijo, un escalofrío me recorrió tenebrosamente al escuchar cómo la puerta de la casa era golpeada. Ya era demasiado tarde como para recibir visitas, además de que era bastante raro que alguien tocara a la puerta de esa casa. Bajé las escaleras con cautela dirigiéndome a la sala, encendí la luz y juro por mi impecable boleta de calificaciones que el corazón me dejó de latir por exactamente siete segundos, no entiendo cómo fue eso posible.

Pero me congelé, me petrifiqué, el aire salió de mis pulmones intempestivamente; quise gritar, pero mis cuerdas vocales estaban tan tensas que se hicieron un nudo, también quise correr, pero mis pies estaban pegados al suelo.

Ahí estaba, tan etéreo, perfecto e inmaculado como la primera vez que lo vi frente a frente; lucía como si el tiempo no hubiera pasado sobre él, parecía que no era real todo el tiempo que pasamos separados, como si lo hubiera visto apenas ayer. Mi pecho se inundó en un placentero ardor que me hizo recobrar el resto de los sentidos, mi estómago pareció comprimirse y mi respiración revoloteó en cuanto me topé con su preciosa mirada ambarina.

-Rin. –Escuchar su voz de nuevo devolvió a mí todas las horas de sueño que había perdido, oírlo nombrarme otra vez parecía de ensueño. Pero no dijo nada más, y yo también estaba muda.

Me enojé.

-¿Rin? Te vas por seis años, ¿y lo único que puedes decir es Rin? –Fingí indignación en mi voz, aunque la verdad era que estaba al borde de lágrimas por la emoción, por la euforia de verlo otra vez, por la ira, y por todo.

Nos pertenecemos (Finalizado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora