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  El ahora hombre, erguido camina por una extraña pradera; intuyendo algo importante, se entrega a sus pasos; y llega, ante la presencia de un milenario arbusto.

  Confuso observa sus ramas resecas y sus marchitas hojas; que aún en la muerte mantienen las solemnes formas de su anterior firmeza.

  Un sagrado altar; una ofrenda; una puesta en escena para la mirada y para la interpretación, de ese fruto ya maduro, ya listo, y deseoso de la acción que pueda dar rienda suelta, a la manifestación, de su nueva naturaleza.   
  Y entonces juramenta; las estrellas serán sus testigos; con el sudor de su frente se abrirá camino; y si existe algo llamado destino, esta promesa irá en su persecución; aquí está él; esta es su afirmación; su empresa; no retrocederá sin dar pelea; y para bien o para mal, él es de sí en esta odisea, creación y creador.

  El aire se enrarece; el viento se distorsiona; dos ejércitos de nubes se despliegan; y se tensiona todo el firmamento; las densas nubes avanzan y colisionan; ráfagas luminosas se disparan, y el aire estalla; y toda la zona se ensordece; y aunque firme, el hombre palidece ante el desconcierto de la titánica contienda; ante una demostración de fuerza tan sublime, que genera; a pasos agigantados, la expansión de su conciencia.

  Y emerge la recompensa.

  Por un instante la escena se congela; se vuelve eterna una espera de pocos segundos; y cae sobre el gran arbusto, el fulminante rayo que al polvo lo sentencia.

  Y el hombre observa; lucha en su cabeza, por enlazar con palabras y estrofas, las impresiones inciertas que brotan, y caóticamente pelean; por incorporar, interpretar, y representar aquellas manifestaciones, que hace unos momentos, percibiera.

  ¿Qué fue todo esto?, ¿que vendrá ahora?; ¿y qué parte tiene mi juramento en el desarrollo de esta obra?

  Una roja gota emerge de la madera carbonizada; se suma otra, y otra; serpenteando brotan y juegan, alimentándose  de las cercenadas ramas; crecen y se reproducen en su banquete, hasta hacerse una gran llama que orgullosa, hipnótica, caótica exige atención.

  Y la acapara…

  Escala sobre su presa, la abraza y más se enciende; y magníficamente se muestra al hombre; y éste sentencia: 

  Verdaderamente dos promesas se encuentran; Fuego, será tu nombre; y si nos aliamos, ¡nada habrá que nos detenga!

  Pasan las horas, y en medio de la noche fría, el hombre mantiene y alimenta su propio sol; su propio día; su propia prótesis con la que estirarse a develar y alcanzar, los máximos secretos de la vida.

Un Nuevo MitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora