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Orden; orden en el cielo; brillante; solemne, eterno; y orden en la tierra; o al menos su intento.

Un orden, una verdad; un camino; y se impone a la vida un seguro, aunque muy estrecho destino; del pecado a la expiación; de la caída a la elevación; y de las sombras de la periferia a la centralidad de la iluminación; un trono, un centro, un dios arriba; y abajo para el hombre, mil años se dictan, de reorganización.

  Y en el medio, siempre en el medio, una rígida escalera; una pirámide de estamentos; entre los muchos hombres, y el único dios verdadero, su aún más poderosa, e instituida representación.

  Castas y jerarquías; eclesiásticas y políticas; fastuosas teocracias y arrogantes oligarquías unidas en su ambición; el orden; ante todo la preservación del orden; y, sobre todo, de su privilegiada situación.

  Y el orden vence; triunfa y se endurece; y se establece su solidificación; su certeza; una concatenación de celestiales pobrezas, que dicen sí, que dicen no, que dicen sea; por siempre, y para siempre ésta, y solo ésta, la única visión; ¡y vaya si tienen razón!

  Excepto por su descendencia.

Un Nuevo MitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora