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Mil  campos;  mil  reservas;  mil  nutrientes  a  la  espera  de  la cosecha  bajo  la  sombra  del gran mundo  que  es  ese  árbol  llamado Hombre. Y  mil  mundos  más, en la forma de sus  frutos, que en su nombre se arrojan a la conquista de su prometida tierra.

  Entonces  caen;  germinan  y  emergen;  mil  brotes  que  repiten la  apuesta;  mil  pueblos;  mil naciones,  que  pretenden  ser  la rama  elegida;  y  enseguida  se  convencen  de  poseer,  de poseerse;  de  dirigir  sus  fuegos,  y  hacerse  de  los  fértiles  suelos que sus  vecinos  pisan.

  Mil  árboles  se  quitan  y  desquitan;  mil  fuegos  mastican  raíce y  frutos;  y  grandes  tormentas de  humo  se  suman  a  la  sinfonía de miles  de miles; de vidas  y  muertes.

  Y a  su  modo  crecen,  y  se  desarrollan  mil descendientes, cada uno  con  su  nombre, su  historia,  y  su  propia  forma  de interpretarse a sí  mismo y  a los  que se le parecen.

  Sienten  que  avanza  su  conciencia;  y  discreta  emerge,  la certeza  de  que  son algo  más  que simples  frutos;  y  que  para bien o para mal, están todos  juntos  en ese intrincado juego.

  Pero  también  crecen,  y  se  desarrollan  los  fuegos;  y  las formas  de  su  evolución;  la mil chispa,  la  flama  y  la  explosión; materiales generadores de lo que el hombre ya ha nombrado como civilización.

  Hipnótico demuestra su poder y la tierra tiembla; simbiótico no puede desligarse de él, el hombre reniega; y los más fantásticos riesgos está dispuesto a correr en manos de su vertiginosa inercia.

  Y luego se manifiesta, el más temible de los árboles; el gran árbol de fuego; tan enorme que opaca todas las luces; tan hambriento que todo lo que toca consume; y tan siniestro que lleva al hombre a decir por primera vez: ¡No!; Sé hacia dónde conduce, todo esto.

  

Un Nuevo MitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora