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  Atrás han quedado los tiempos de inocencia; atrás los ilimitados y virginales espacios en espera; y atrás, también comienza a ir quedando, el gran mediodía del Hombre en la tierra.   
 
  Se tensiona la espera; eterna, entre los marcados límites del escenario; valioso, cerrado; codiciado y disputado entre los árboles de la vida y del fuego; y en el medio, el paralizado árbol que ahora el hombre ha renombrado como Humano.   

  Tres árboles, tres manos; tres ensimismadas intenciones calculando la forma de no caer; de no subordinarse a la otra, y, sobre todo, no extinguirse consumidas por su propio poder.

  ¿Qué hacer?, ¿qué no hacer?; ¿y cómo saber si este dilema tiene salida?          

  Envejece el día y desciende el Astro; gigante e hirviente, aunque sangrante; y cansado; gradualmente ahogado en sus mil rojas luces; que listas inducen el anunciante ocaso.

  Y los frutos del hombre se reconocen como iguales; como hermanos; como semejantes herederos de una misma promesa, una misma posibilidad; el hacer converger sus mil intenciones, en un mismo horizonte llamado Humanidad.

  Y toda la faz cae en cuenta; con sus intenciones y experiencias, se contemplan los árboles y observan la comunión de sus raíces; conjuradas actrices de la más completa evolución.   

  De aquella manifestación, de aquel sentido; de la vida y de la materia; la emergente autoconsciencia de la tierra; el asombroso, y doloroso alumbramiento de una nueva Era de   Eras.

  Y la espera termina; se abre la morada aurora; y las tres promesas son ahora sorprendidas por algo que habían olvidado.

  El creciente sonido de una vieja sinfonía; de miles de miles de cantos; desde los incontables rincones en donde la vida firmó su pacto.

  Uno a uno se suman; innumerables astros, lejanos, pero presentes, sumándose y contemplando; esperando; y cantando, su parte en el gran canto, a la espera de que un nuevo acto se narre; y cante; desde este humilde, pero imprescindible escenario, la gran obra que ha venido a realizarse, en el cósmico gran teatro.   

  Y entonces emerge ella; radiante, desbordante, llena; el divino espejo del sol, en medio de la noche sus rayos refleja; y se eleva hacia el centro de la bóveda estrellada; invitando, y retando; a ser contemplada, alcanzada y tocada.   

  Y las tres miradas convergen, y se convencen bajo la creciente música, de que atrás han quedado sus distancias, sus diferencias; y se trenzan haciendo de tres, un nuevo árbol; una nueva mano que transforma a la tierra; y que se estira y eleva alcanzando, y finalmente tocando; y acariciando a aquella celestial musa; la divina e iniciadora luna.

  Y juntas las constelaciones cantan, y festejan la nueva entidad; he aquí a la materia caminando, pensando, e interpretando a la materia; síntesis de tierra, fuego y conciencia; he aquí a este nuevo Ser llamado Humanidad; ¡bienvenido seas!

  Y acto seguido el infinito campo de estrellas, cantando pregunta: ¿Más?

  Y también cantando, y preparándose, la Humanidad contesta: ¡SÍ!

  ¡SEA!   

Un Nuevo MitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora