La Espiritualidad Moral Racional

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Libertad; el viento de la libertad me ha hecho caer desde distintas ramas, y ha convertido el árbol de la verdad en una gigantesca selva llena de laberintos con las más variadas sorpresas.
  Por momentos creo estar avanzando, otro tanto parezco retroceder, y cuando el viento sopla con más fuerza es probable que esté yendo en círculos.
  Desciendo por algún valle, y diviso tenebrosas cuevas; me detengo, no debo adentrarme.
  Pero el viento; ¡siempre ese viento!, me empuja y hace tropezar cayendo en la entrada de una de ellas.
  Permanezco inmóvil contra el suelo, y observo; escucho, y siento…
  Oscuros seres reptan en el suelo húmedo; centenares; ¡no, millares!, criaturas de las formas más extrañas cubriendo el suelo de inmundicias.
  Se matan, se comen, defecan y fornican frente a mi rostro.
  Se dan cuenta de mi presencia, y lentamente se me acercan; el viento les ha mostrado mi aroma, y a mí el de ellos.
  Me rodean.
  Miro hacia atrás; ¡la luz!; me incorporo y comienzo a correr, no me había dado cuenta de lo adentrado que estaba en la cueva.
  Salgo y empiezo a trepar por uno de los costados del valle.
  Mientras lo hago, no puedo evitar pensar: ¡extraño viento!; ¿por qué te empeñas en enmarañar los ordenados caminos de las leyes?; ¡y en oscurecer las causas y efectos, las acciones y las recompensas!
  Veo que incertidumbre es otro de tus nombres.
  ¿Por qué pues?; ¿si caí a la entrada de la cueva, al momento de retroceder estaba tan adentrado en ella?
  Aunque, por otro lado, la cueva no es el primer peligro del que he podido salir ileso; aún con los impredecibles empujones del viento. Algo; una extraña fuerza, me ha guiado en la travesía.
  Salgo del valle, y veo que esa fuerza parece haber abierto un sendero que conduce a una extraña colina.
  Comienzo a subirla; el viento, como de costumbre, sopla en todas direcciones y con diversas fuerzas.
  Pero mi ascenso no es perturbado; de hecho, es como si pesara cada vez menos y al viento no le queda otra opción, más que resignarse y acompañarme.
  Llego a la cima, y me encuentro ante un impresionante monolito; del más blanco y brillante mármol, tanto que puedo ver mi reflejo en él.
  Algo me dice que no es el origen de las leyes, aunque se le parece.
  Miro con más atención; siento que puede ser mío; ¿o será a la inversa?
  Un texto emerge en su superficie y lo leo:

DIEZ MANDAMIENTOS DE LA VIDA…

  Uno a uno se presentan; se me presentan. Y susurran, recitan y cantan las máximas que de alguna manera siempre he conocido dentro de mí.
  ¡Qué impresión!; estas no son sólo leyes; ¡estas son mis leyes!
  Son esa fuerza que posibilitó mi supervivencia; frente a la libertad del mundo, y frente a la mía misma.
  Meditaré sobre cada uno de mis mandamientos, para interpretarme mejor; y por medio de los comportamientos ideales, me mantendré lo más racionalmente salvo.

Un Nuevo MitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora