•.¸♡ ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ ᴄᴜᴀʀᴇɴᴛᴀ y ᴜɴᴏ ♡¸.•

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—¿Qu-qué haces aquí? —tartamudeó.

—¿Así vas a recibirme? te recordaba como alguien amable. —rió.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó otra vez. —Dijiste que no ibas a volver.

—Oh, vamos. —dijo acercándose a él peligrosamente, ahí era cuando Gerard se asustaba más. —¿No me extrañaste, Gee? —dijo con voz melosa en su oreja, haciendo que Gerard quedara hipnotizado.

«No.» pensó. —Sí.

Lindsey sonrió. —Yo también te extrañé. —le dio un abrazo que no fue correspondido, fingió no darle importancia y siguió como si nada. —Vine a verte porque no podía dejar de pensar en ti. —mintió.

—Lindsey... tú no me quieres. —espetó amargamente.

—Porque te amo, yo era muy feliz a tu lado... ¿no te gustaría que volviéramos a estar juntos? —volvió a mirarlo con esperanza.

«Ni aunque me paguen.» volvió a pensar. —Sí...

Ella se alejó un poco, tocando el cabello de Gerard. —Así me gusta, amor. —dijo triunfante, acercándose otra vez para abrazarlo. —Tiene casi dos años que no te veía. —hacía ese intento de voz chillona e inocente que sonaba muy falso en ella. En el abrazo lo inspeccionó de arriba a abajo, juzgándolo con la mirada. —Cambiaste mucho estos dos años.

El pelinegro se encogió de hombros. —La pubertad, supongo.

—Lo sé, pero por ejemplo, yo siempre me he visto bien. —le insinuó. —Usar pantalones rotos no te favorece, más porque estás gordo y las piernas se te ven más anchas de lo que ya las tienes, te he dicho muchas veces que deberías bajar de peso, creo que hasta subiste como cuatro o cinco kilos más.

El pelinegro no decía nada y permanecía con la cabeza gacha. Le temía a ella, cada vez que estaba cerca, Lindsey lograba que Gerard dijera o hiciera todo lo contrario a lo que él quisiera, como si fuese dueña de su mente por breves instantes.

Al notar a Gerard tan ido, ella aprovechó para levantar el rostro ajeno y estampar sus labios con los de él, besándolo con necesidad.

Ese beso era tan baboso y descuidado, Gerard recordaba esos besos, nunca había probado los labios de alguien más y no creía hacerlo de todas formas. Pero a decir verdad, los besos de la pelinegra nunca le gustaron, no lo hacían sentir nada y nunca le hicieron sentir algo que no fuera asco.

Se separaron después de un rato, Gerard tenía labial en toda la boca y parte de sus mejillas y barbilla. —Lindsey, yo... —con el rabillo del ojo vio a alguien en el umbral de la puerta, volteó rápidamente para observar con mayor claridad a la persona y se quedó helado al ver a Frank. Ahí parado, sin hacer o decir algo, sólo miraba fijamente a Gerard, después de unos segundos, el más bajo suspiró pesadamente y se fue de ahí con paso rápido. —¡Frank, espera! —gritó intentando alcanzarlo. Pero Lindsey lo jaló del brazo.

—¿A dónde vas? si acabamos de volver a ser novios. Hay que disfrutar. —dijo con malicia, sentándolo en su cama y poniéndose a horcajadas sobre él. —¿No quieres otro beso, osito?

—Déjame ir con él. —ordenó desesperado, pero ella se negó, intentando acorralarlo más, Gerard la empujó hacia un costado intentando no hacerle daño y se zafó de su agarre lo más rápido que pudo, corriendo escaleras abajo y después a la calle, buscando con la mirada a Frank. Pero ya no lo encontró.

El castaño seguía caminando lo más alejado posible de la casa de Gerard, incluso dejó su mochila por las prisas de salir de ahí.

¿Era en serio? ¿después de años intentando enamorar a Gerard y querer decirle lo que sentía, él simplemente volvía una y otra vez con ella? Frank sentía que el pelinegro le había dado leves señales de que sentía lo mismo, pero después de haber visto eso, le quedó claro que Gerard sólo jugaba con él. No le parecía justo, jugar con sus sentimientos no era divertido, al menos no para él.

𝙰 𝚙𝚘𝚠𝚎𝚛𝚏𝚞𝚕 𝚌𝚛𝚎𝚠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora