Capítulo 35

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"Cuando yo acepte tu diferencia y tu aceptes la mía, seremos iguales"

~Elvira Sastre.

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Blake

Golpes duros, rápidos y certeros, en su mayoría, son los que ella descarga contra mí. Quince minutos, dos en lo que nos detuvimos para agregarle armas a la lucha y lo de drenar la rabia se lo ha tomado bastante en serio, no ha parado y un silencio sumamente tenso nos envuelve debido a que no ha soltado palabra alguna que lo rompa. Y admito que se siente extraño cuando estás acostumbrado a escucharla hablar hasta por los codos, maldiciendo como un camionero o soltando cualquier babosada que se le ocurra.

Tengo esa sensación de lo que sea que esté pasando por su cabeza debe ser muy serio por su expresión turbia y oscurecida, totalmente sumida en un mar de pensamientos que podrían ahogarla e impidiendo a alguien estar ahí para auxiliarla, mucho menos yo, porque no tengo el derecho de hacerlo. Por lo que no presiono en hacerla soltar aquello que la mantiene callada, bien sé que es mejor no presionar las cosas. Si en algún momento desea confesar algo, lo hará por su cuenta y no por mí.

Así que callo, siendo un observador que la deja ser.

Pero... no tengo asegurado poder aguantar.

No cuando parece estar molesta con todo el mundo.

Tengo un límite.

Y ese está llegando cuando acierta en alguno que otro golpe que llega a doler igual o más que el de un hombre de mi tamaño.

Patada, puño, patada, puño. Es en lo que se basa nuestra rutina, echa un combate cuerpo a cuerpo con cuchillos en el que deja escapar todo por medio de estocadas que esquivo y devuelvo con la misma potencia que ella lo hace. Ataca con el cuchillo y tomo su muñeca antes de que llegue a mi rostro, la giro pegando su espalda a mi pecho y enrollo un brazo alrededor de su cuello, reteniéndola y provocando que deje caer su arma. Ella lucha, mueve las piernas buscando hacerme caer y no la dejo. Colca sus pequeñas manos en mi brazo y se dobla hacia adelante con mucha fuerza para dejarme en el suelo y su cabeza con cabellos lilas, tan claros que se confunden con blanco aparece en mi campo de visión, estirando sus labios en una sonrisa burlona. Siendo esa, la primera del día junto con mi primera caída.

—Levántate grandote—comenta con sorna.

Resoplo en respuesta y lo hago, no porque ella lo diga, sino porque debo. La detallo viendo como la tensión desaparece un poco de sus extremidades, no obstante, seguía presente mientras recuperaba el cuchillo. Sin avisar lanzo un puño al costado que esquiva fácilmente y así sigue. Puño, esquiva, puño, esquiva. Ataco los puntos débiles como el cuello, las axilas, los costados, brazos o piernas. Se mueve ágil como un gato escapando del filo del cuquillo, cuyo tamaño y peso lo hacen perfecto para manejar. Patea un costado de mi torso empujándome hacia atrás, causando desequilibrio y toma ventaja de ello, conectando sus nudillos con mi barbilla.

Cierro los ojos, respiro profundo y aprieto los dientes. Este ya es el quinto que me da.

Todavía me sorprende el nivel de fuerza que posee, sabe dónde golpear para tener a sus rivales en el suelo y me gusta, admiro que sea así. Fuerte, aguerrida y luchadora. Lo reconozco.

Sin querer, de vez en cuando, me distraigo como un imbécil viendo como la camisa gris se adhería a su cuerpo por causa del sudor, dando una linda vista de su silueta con curvas delicadas o cuando en uno que otro movimiento quedo tan cerca de ella como para besarla.

Demasiada tentación.

Estoy tan ensimismado en lo que hago que no me percato de que estoy con ella en el suelo, en una posición para nada cómoda. Hechos un nudo humano, forcejeando para ganar poder sobre el otro. Poder del que soy dueño al tenerla de espaldas sobre mí, con una de mis piernas enredadas en la suya, un brazo haciendo presión en su garganta y el otro ayudando a apretar el agarre.

Rojo Pasión [#1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora