Capítulo 60

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“Cuando era pequeño, mi padre me dijo que se puede llegar lejos con una palabra amable. Pero yo aprendí que se puede llegar más lejos con una palabra amable y una pistola”

~Robert De Niro (Los Intocables)

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Ángelo Gambino solo puede amar una cosa más en la vida además del poder y el dinero. Esa era la habilidad para provocar miedo en todo aquel que lo conociera.

Le gustaba el miedo; una reacción normal del ser humano que se activa si se presionan los botones correctos. La cuál traía beneficios dependiendo de la forma en la que se utilizara. Ya que el miedo inspira respeto. Si te temen, te respetan, a ti y a tu palabra. Si te respetan, te obedecen. Si te obedecen, eso te da poder sobre ellos. Y te coloca por encima de todos.

Era el ritmo de un baile que Ángelo se encargaba siguieran al pie de la letra. 

Y esa noche, el heredo del clan más temido en Sicilia traería el miedo a Nueva York.

Con teléfono en mano y una portátil sobre sus piernas, escuchaba la voz de su padre, repasando serenamente los pasos a seguir del plan que habían acordado desde hace días.

La información que necesitas está ahí —explicó refiriéndose al dispositivo USB conectado al aparato—. Tienes sus nombres, ubicación y datos personales.

—Me doy cuenta de eso—Ángelo levantó las cejas, interesado en las personalidades. Percatándose que no eran cualquieras, sino personas de muy alto nivel que no tenían ni idea de lo que estaba a punto de ocurrirles—. Los tengo. Con suerte nos habremos ido antes de que la policía llegue, y si no es así, mis soldados tienen órdenes de atacar.

No lo veía, pero Ángelo juró que su padre estaba sonriendo. Ese “los tengo” fue un recordatorio al patriarca de la familia, de que su hijo poseía una memoria envidiable, de esas que en un solo parpadeo podía guardar información valiosa. Otra habilidad que lo convertía en un buen candidato a tomar el cargo que le pertenecía, haciéndole honor al apellido que heredó y cuyo poder se seguiría extendiendo en los años venideros.

O eso creían ellos.

—Los quiero aquí mañana a primera hora si es posible. Creo que ya está de más decir que no toleraré cualquier tipo de error.

—Se hará todo como tu digas, padre—conectó miradas con su primo, Macello, quien estaba conduciendo la camioneta negra que los transportaba. Siendo seguida por dos más.

No me decepciones Ángelo —se cortó la llamada apenas su padre terminó de pronunciar esas palabras.

«Nunca lo hago» pensó sabiendo que ahora más que nunca debía convertiste en su mayor orgullo. Estaba al tanto que antes de morir, quería ser testigo que hizo un buen trabajo con el hijo al que solo le dio lo mejor mientras estaba en vida.

Ángelo haría lo posible para que Mauricio esté tranquilo antes de irse. Porque la dura y amarga realidad, era saber que el hombre que le dio la vida tenía los días contados.

 Se acariciaba la barbilla y deslizaba el dedo por el mouse, observando foto por foto en la pantalla, guardando en su mente los rostros y nombres sin olvidarse de ningún detalle. Hasta que dio con la última. Se movió inquieto en su sitio, mirando de nuevo a Marcello a través del espejo retrovisor, esperando que no se hubiera dado cuenta del movimiento poco común en él. No fue así, por lo que volvió la vista a la pantalla y un cosquilleo lo recorrió de pies a cabeza cuando leyó aquel conocido nombre que tantas amarguras le estaba dando últimamente. Ese nombre maldito que era acompañado por un rostro bello que, al parecer, lo perseguirá por el resto de su vida.

Rojo Pasión [#1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora