Capítulo 20

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"La vida es lucha y tormento, decepción, amor y sacrificio, atardeceres de oro negro y de tormentas"

~Laurence Olivier.

*****

Blake

Solté una risa carente de humor.

—Tú y yo no tenemos una mierda.

Hago el intento de irme, no queriendo estar cerca de ella. Mucho menos cuando logra hacer de mi mente y cuerpo un desastre cada vez que está cerca. Pero al final lo que hago no sirve de nada cuando toma mi brazo, impidiendo que me aleje. Y ahí está esa reacción que no me gusta, al momento en que el contacto de su pequeña mano con mi brazo, piel con piel, mandó descargas por toda mi columna vertebral y llenando mi pecho de una sensación extraña que no me gusta. Es exasperante. Toda esta mierda que tenga que ver con ella lo es.

—¿Ah no? Yo creo que sí—me soltó cruzándose de brazos marcando sus pechos, a lo que tuve que dar todo de mí por no bajar la mirada —. Empecemos con que me expliques cómo carajos supiste de mí relación con Ángelo.

Ah, ese tema de hacia hervir de la rabia que hasta yo me sorprendía. La noticia de que la pequeña rusa tuvo una especie de amorío con el italiano de daba náuseas.

—¿Y te diré eso porqué...?

—Porque es un tema que me implica a mí, quiero saber cómo coño lo supiste cuando era algo que casi nadie sabía ¿Qué ganabas con eso?

Estoy entre mandarla a la mierda o responderle. La verdad es que la primera opción se escucha tentadora.

Nadie sabía sobre su pequeño secreto. O al menos eso creía. Pues Michael Wyatt no es nadie y con tan solo una llamada ya tenía su expediente en mis manos gracias a el investigador privado que conozco desde hace años gracias a Zack. Tomé la mejor decisión al recurrir a él, siendo uno de los mejores en lo que recolectar información se trata gracias al amor que siente por su trabajo.

Mi desconfianza hacia Khloe me hizo recurrir a él. Siendo el único capaz de conseguir lo que quería; rápido y sin preguntas. Una tarde en Seattle me bastó para saber la mitad de su vida.

Nació en San Petersburgo un treinta y uno de octubre, hija de Irina y Adrián Petrov; fallecidos en un accidente automovilístico cuando Khloe tenía solo tres años y fue la única sobreviviente. Estuvo en un orfanato hasta cumplir los cinco, cuando una pareja bastante reconocida de abogados la adoptó y se mudó a Nueva York. Mierda que ya sabía de memoria. Sus problemas en la escuela, huir de casa a los quince y un año después ya estaba en Italia con los Gambino y en la cama del sottocapo, cosa que me perturba porque ¿En serio? Ángelo pudiéndose meter con cualquier mujer y llega a hacerlo con una chica de dieciséis.

Es malditamente asqueroso.

—¿Y bien? ¿Cómo lo supiste?

Al final, le respondo. No me dejará tranquilo hasta que le diga y es muy tarde para seguir aguantándola cómo si fuera una garrapata.

—Digamos que, un pajarito me contó que muchos te vieron como la puta de Gambino.

Cosa que es verdad. Michael me contó que su reputación, para los que conocen a Ángelo, se ha reducido solo a ser eso. Un asco, pero eso ya no era mi problema, o eso era lo que quería creer.

Automáticamente se tensa, y su mirada se oscurece. No lo tomó bien, era obvio. Hasta yo pienso que es demasiada mujer para una porquería como lo es Ángelo.

—Así que todo lo que hice por él se vio reducido nada mas eso. La puta de turno.

Me encojo de hombros, aunque la verdad es que ese término me molesta casi igual que ella.

Podré odiarla, que me caiga mal o lo que sea. Pero insultar a las mujeres de esa manera como lo hacen con ella no es mi estilo, por más malvada que sea. Tengo límites y ese es el mío.

—Palabras suyas, no mías.

—¿Y creíste que soltar eso en medio de una reunión era buena idea? —alza una ceja— No tenías por qué hacer eso.

Me rasco la barbilla distraídamente a medida que me acerco más a ella hasta quedar solo unos centímetros de su cuerpo, es tan bajita que tengo que bajar la cabeza para poder verla mejor. Lo que me hace recordar el aquel personaje en Austin Powers ¿Cómo se llamaba?

Ah, si...

—A ver, mini- me—sus ojos brillantes me asesinan ante el apodo—. Es interesante que, siendo tan lista no te hayan dicho que cuando eres interrogada tienes que decir todo, y cuando digo todo es hasta la marca de zapatos que usabas con ellos. Cometiste una falta, muñeca. Y eso no lo dejaré pasar.

—No tenías derecho—dice entre dientes.

Casi sonrio, casi. Ver esa boquita fruncida más esas mejillas rojas por el coraje son adorables.

Maldita sea ¿Por qué tengo que fijarme en eso?

—Créeme, tu nunca les habrías dicho así que lo hice yo. Listo, tema cerrado. Olvídalo, bye.

—Eres un idiota ¿Lo sabías?

—Tu opinión sobre mí me vale mierda, preciosa—vuelvo a darme la vuelta y me voy alejando, estoy demasiado tranquilo para que ella siga perturbando mi paz. Y ver ese rostro enojado de niña malcriada no me está ayudando para nada.

Necesito un chicle o empezaré a fumar y botar humo como una chimenea.

—¿Por qué? —la escucho decir a mí espalda y me detengo, más no volteo.

—¿Qué? —gruño, ya no soporto seguir aquí y ella sigue reteniéndome.

Volteo y sigue donde la había dejado. Repaso su cuerpo de arriba abajo, lentamente, cosa que enciende algo en mi sin poder evitarlo. La piel blanca como el marfil, el cabello castaño recogido en una coleta cuyos algunos mechones se escapan de ella, las mejillas abultadas y rosadas, los ojos tan verdes como las esmeraldas y los labios... Esos malditos labios que causan estragos si los ves demasiado.

Mis manos pican por tocarla, lo que me hace apretarlas en puños.

—¿Me odias, no es así? —traga sin cambiar su expresión, pero el verde de su iris brilla con algo extraño que no pienso averiguar que es— ¿Por qué? ¿Qué te hice?

Cuento hasta diez, respiro profundo y busco la calma que poco a poco se va para abrirle paso a las emociones que trato de retener constantemente: odio, resentimiento y furia. Ya no pienso en cuan bonita se ve molesta, o el adorable puchero que está grabado en mi cabeza desde que bajé de ese helicóptero, da igual cuando algo más fuerte causado por los años aparece.

—Que me hiciste, no. Que le hiciste a ella.

Frunce el ceño en confusión y eso hace que me moleste más.

—¿De qué demonios hablas?

Dejo salir una corta risa amarga y me masajeo el puente de la nariz antes de volver a mirarla. Camino lentamente en su dirección, lo que la hace levantar la guardia y hace bien, pues ni yo mismo se de lo que soy capaz si sigue presionando los botones equivocados.

—¿No se te hacen conocidos? —señalo mis ojos estando más cerca de ella—. Mira mis ojos, Smith ¿Acaso no has visto el mismo color antes? ¿En una persona diferente?

Lo ve y al principio se muestra mucho más confundida que antes. Poco a poco su gesto va cambiando, pasando de la confusión al terror y la palidez total.

—¿Te resultan familiar Smith? —le pregunto con la voz llena de furia contenida y tomo todo de mí para no lanzarla contra el ventanal.

Me mira como si estuviera viendo a un fantasma, su respiración es errática y sus ojos están cristalinos, ver esa escena me es satisfactoria. Pero también lleva un nudo a mi garganta notando el dolor en sus facciones.

—Oh por dios—susurra.

Rojo Pasión [#1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora