Capítulo 29

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"Que alguien conozca tus debilidades y no se aprovechen de ellas, es uno de los actos más hermosos que conozco"

~Elena Poe

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Blake

Entre la neblina que me encontraba sumido, una de la que logré entrar difícilmente, se fue esparciendo debido a el zumbido que provenía de alguna parte de mi cuerpo.

Aspiré desperezándome, con los sentidos despertándose uno por uno, el cuerpo me pesaba y algunas partes me dolían como si un camión me hubiera aplastado sin piedad. La vibración parecía no ceder nunca, por lo que, con un gruñido bajo y lleno de fastidio, tanteé con mi mano libre el interior de mi chaqueta abierta, hasta conseguir el maldito celular y, sin darle una ojeada para saber quién demonios era, respondí todavía manteniendo los ojos cerrados.

—¿Qué? —lo que sería un ladrido, me salió más como un murmuro ronco.

—¿Te moriste? —no reconocí la voz al otro lado de la línea—. ¿Sigues vivo? Porque esa voz parece de ultratumba.

Arrugué las cejas, sin ganas de despertar del todo.

—¿Quién habla? —indagué de mal humor.

¿Cómo que quién habla? ¿No andas pendiente de quien te llama o qué coño?

Suspiré apretando el puente de mi nariz, comenzando a espabilarme ya y abrí los ojos parpadeando varias veces, dando una ojeada a la ventana, confirmando que era temprano debido al color azul claro que se tornaba el cielo por las madrugadas.

—Dame una razón para no darte una patada por andar jodiendo tan temprano—estuve por hacer un movimiento para cambiar el celular de mano, cuando, por fin fui consiente de con quien estaba y donde.

Mierda.

Me quedé de piedra, con una mano en el aire y la otra cerca de mi oreja. Sentí la calidez, ligereza y el dulce aroma. Proveniente de un cuerpo, su cuerpo.

Pequeño.

Delgado.

Perfecto.

Sobre mí.

Maldita sea.

Abro lentamente los ojos para encontrarme a una Khloe muy dormida, con expresión relajada, aunque con unas ojeras ligeramente marcadas, los labios entreabiertos y el cabello esparcido por mi pecho. Antes de si quiera pensarlo, pasó una mano por su frente, acomodando el flequillo. Acurrucada como un gato, con los brazos pegados a su pecho y las piernas entre las mías, que al moverse hacen contacto con mi entrepierna. El fuego me atraviesa y mi amigo se despierta.

No estoy teniendo una erección por nada más ser tocado por esta mujer dormida.

Claro que no.

—¿Aló?

—¿Qué? —grazné.

Debía quitar la pierna de ahí.

Rápido.

—¿Cómo está ella? —preguntó espabilándome, adoptando un tono serio que llegó a transmitirme, recordando la noche anterior.

Le di otra mirada que me hizo fruncir el ceño. Esas ojeras se notaban bastante ahora que detallaba mejor. Estaba dormida, pero lo que fue el resto de la noche llegó a ser bastante agotador para los dos.

—Logré que durmiera—me limité a decir. Me restregué el rostro con una mano, soltando un bufido bajo—. Al menos, ya no tenía ganas de atacarme.

Rojo Pasión [#1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora