46- El Baile de Navidad (2)

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Ludo Bagman, que aquella noche llevaba una túnica de color púrpura brillante con grandes estrellas amarillas, aplaudía con tanto entusiasmo como cualquiera de los alumnos.

Y Madame Maxime, que había cambiado su habitual uniforme de satén negro por un vestido de seda suelto de color azul lavanda, aplaudía cortésmente.

Pude ver a Percy Weasley en una de las sillas.

Era un verdadero milagro que no hubiera caído al suelo, con tremendos zapatones en mis pies.

Cuando llegamos a la mesa, separé mi brazo de Potter. Un frío rodeó mi brazo.

Me senté junto a Potter y cerca de Percy que llevaba una reluciente túnica de gala de color azul marino, y lucía una expresión de gran suficiencia.

—... Me han ascendido —dijo Percy—. Ahora soy el ayudante personal del señor Crouch, y he venido en representación suya.

—¿Por qué no ha venido él? —preguntó Potter.

—Lamento tener que decir que el señor Crouch no se encuentra bien, nada bien. No se ha encontrado bien desde los Mundiales. No me sorprende: es el exceso de trabajo. No es tan joven como antes. Aunque sigue siendo brillante, desde luego: su mente si que es la misma de siempre.

— Pero la Copa del Mundo resultó un fiasco para el Ministerio, y además el señor Crouch sufrió un revés personal muy duro a causa del comportamiento indebido de su elfina doméstica, Blinky o como se llame. Como era natural, él la despidió inmediatamente después del incidente; pero, bueno, aunque se las apaña, como yo digo, la verdad es que necesita que lo cuiden, y me temo que desde que ella no está en la casa su vida es mucho menos cómoda. Y a continuación tuvimos que preparar el Torneo, y luego vinieron las secuelas de los Mundiales, con esa repelente Skeeter dando guerra. Pobre hombre, está pasando unas Navidades tranquilas, bien merecidas. Estoy satisfecho de que supiera que contaba con alguien de confianza para ocupar su lugar.

Aún no había comida en los brillantes platos de oro; sólo unas pequeñas minutas delante de cada uno de ellos.

Tomé el plato mirándolo.

No habían meseros.

Observé que Dumbledore leía su menú con detenimiento y luego le decía muy claramente a su plato:

—¡Chuletas de cerdo!

Y las chuletas de cerdo aparecieron sobre él.

Ya había captado la idea.

Hermione tenía una charla con Viktor, que ni siquiera se daba cuenta de lo que comía.

—Bueno, "nosotrros" tenemos también un castillo, no tan "grrande" como éste, ni tan "conforrtable", me "parrece" —le decía a Granger—. Sólo tiene "cuatrro" pisos, y las chimeneas se "prrenden" únicamente por motivos mágicos. Pero los terrenos del colegio son aún más amplios que los de aquí, aunque en "invierrno" apenas tenemos luz, así que no los "disfrrutamos" mucho. "Perro" en "verrano" volamos a "diarrio", "sobrre", los lagos y las montañas.

—¡Para, para, Viktor! —dijo Karkarov, con una risa en la que no participaban sus fríos ojos—. No sigas dando más pistas, ¡o tu encantadora amiga sabrá exactamente dónde se encuentra el castillo!

Dumbledore sonrió, no sólo con la boca sino también con la mirada.

—Con todo ese secretismo, Igor, se podría pensar que no quieres visitas.

—Bueno, Dumbledore —dijo Karkarov, mostrando plenamente sus dientes amarillos—, todos protegemos nuestros dominios privados, ¿verdad? ¿No guardamos todos con celo los centros de saber en que se aprende lo que nos ha sido confiado? ¿No tenemos motivos para estar orgullosos de ser los únicos conocedores de los secretos de nuestro colegio? ¿No tenemos motivos para protegerlos?

Enamorada de Potter (Harry Potter y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora