62- La Desaparición de Dumbledore

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Habían pasado dos días después del despido de la profesora Trelawney. Aquella mañana íbamos a tener la primera clase con Firenze.

El aula once estaba en la planta baja, en el pasillo que salía del vestíbulo, al otro lado del Gran Comedor. El aula, casi no se usaba, cuando entré, vi en medio del claro de un bosque.

El suelo del aula estaba cubierto de musgo y en él crecían árboles; las frondosas ramas se abrían en abanico hacia el techo y las ventanas, y la habitación estaba llena de sesgados haces de una débil luz verde salpicada de sombras.

Los alumnos que ya habían llegado al aula estaban sentados en el suelo, apoyaban la espalda en los troncos de los árboles o en piedras, y se abrazaban las rodillas o tenían los brazos cruzados firmemente sobre el pecho.

Todos parecían muy nerviosos.

En medio del claro, donde no había árboles, estaba Firenze.

-Harry Potter y su amiga de nuevo -saludó el centauro y extendió la mano al vernos entrar.

-Ho-hola -contestó Potter.

Hice reverencia.

El chico de cabellos azabaches, le estrechó la mano al centauro y luego me la estrechó a mí.

-Me alegro de verte -dijo Potter.

-De igual manera -dije con amabilidad.

-Y yo a ustedes -repuso Firenze inclinando su rubia cabeza- Estaba escrito que volveríamos a encontrarnos.

El centauro me miraba sin parpadear con aquellos asombrosos ojos azules suyos sin sonreír, como si aún tuviera la misma curiosidad que tenía desde que lo vi en primer año.

Firenze tenía la sombra de un cardenal con forma de herradura en el pecho.

Al volverse para sentarse con el resto de los alumnos en el suelo del aula, vi que todos lo miraban sobretomados; al parecer, les había impresionado mucho que tuviera tan buenas relaciones con Firenze, ante quien se sentían profundamente intimidados.

Tan pronto como se cerró la puerta y el último estudiante se hubo sentado en un tocón junto a la papelera, Firenze hizo un amplio movimiento con un brazo abarcando la sala.

-El profesor Dumbledore ha tenido la amabilidad de arreglar esta aula para nosotros imitando mi habitat natural -les explicó Firenze cuando todos estuvieron instalados- Yo habría preferido impartir estas clases en el Bosque Prohibido, que hasta el lunes pasado era mi hogar, pero no ha sido posible...

-Perdone..., humm..., señor -dijo Patil entrecortadamente levantando una mano-, ¿por qué no ha sido posible? Ya hemos estado allí con Hagrid y no nos da miedo.

-No es una cuestión del valor de los alumnos, sino de mi situación. No puedo regresar al bosque. Mi manada me ha desterrado.

-¿Su manada? -se extrañó Brown con un tono que denotaba confusión- ¿Qué...? ¡Ah!. ¿Hay más como usted? -preguntó, atónita.

-¿Los crió Hagrid, como a los thestrals? -inquirió Thomas con interés.

Firenze giró lentamente la cabeza hasta posar la mirada en Thomas, quien se dio cuenta inmediatamente de que había hecho un comentario muy ofensivo.

-Bueno..., no quería... Es decir..., lo siento -se disculpó con un hilo de voz.

-Los centauros no somos sirvientes ni juguetes de los humanos -declaró Firenze sin alterarse.

Se produjo una pausa, y entonces Patil volvió a levantar la mano.

-Perdone, señor, ¿por qué lo han desterrado los otros centauros?

Enamorada de Potter (Harry Potter y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora