48- La Segunda Prueba

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—Rita Skeeter, ah pues no es... no lo sé... muy amigable que digamos.

—¿Has descubierto de que se tratara segunda prueba? —Diggory asintió.

—Sí, créeme que si fueras Prefecto tendrías que aguantar a Myrtle Warren espiando por debajo. —Cedric agitó la cabeza a ambos lados con el ceño fruncido.

—¿La conoces?

—Sí, Myrtle, la llorona.

—¿A qué te refieres con aguantar espiando por debajo?

—Una larga historia, Claire —dijo Cedric caminando a mi lado mientras seguía hablando del Torneo.


En la clase de Encantamientos, aquel día teníamos que practicar lo contrario del encantamiento convocador: el encantamiento repulsor.

Debido a la posibilidad de que ocurrieran desagradables percances cuando los objetos cruzaban el aula por los aires, el profesor Flitwick había entregado a cada estudiante una pila de cojines con los que practicaría, suponiendo que éstos no nos harían daño a nadie aunque erraran su diana.

No era una idea desacertada, pero no acababa de funcionar.

La puntería de Neville, sin ir más lejos, era tan mala que no paraba de lanzar por el aula cosas mucho más pesadas: como, por ejemplo, al propio profesor Flitwick.

Aquella clase era el marco ideal para contar secretos, porque la gente se divertía demasiado para prestar atención a las conversaciones de otros.

Durante la última media hora, estuve observando y prestandole suficiente atención a la clase.

—El profesor Snape encontró un huevo la noche anterior en los pasillos —susurró Bulstrode a Parkinson— pero Moody se lo llevó. Era el huevo de uno de los campeones.

Mi primer almohadón fue volando por todo el aula, hasta la caja a la que todos apuntaban.

Potter sonrió.

Faltaba una semana para el 24 de febrero, (cinco días), mientras avanzaba el tiempo lentamente acudíamos a la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.

Hagrid intento compensarnos por los escregutos de cola explosiva, o porque sólo quedaran ya dos, o porque quería demostrar que era capaz de hacer lo mismo que la profesora Grubbly-Plank.

El caso es que desde su vuelta había proseguido las clases de ésta sobre los unicornios.

Resultó que Hagrid sabía de unicornios tanto como de monstruos, aunque era evidente que encontraba decepcionante la carencia de colmillos venenosos.

Aquel día había logrado capturar dos potrillos de unicornio, que, a diferencia de los unicornios adultos, eran de color dorado.

Tuve que hacer un gran esfuerzo para disimular lo mucho que me gustaban.

—Son más fáciles de ver que los adultos —explicaba Hagrid a la clase— Cuando tienen unos dos años de edad se vuelven de color plateado, y a los cuatro les sale el cuerno. No se vuelven completamente blancos hasta que son plenamente adultos, más o menos a los siete años. De recién nacidos son más confiados... admiten incluso a los chicos. Vamos, acerquénse un poco. Si quieren pueden acariciarlos... Denle unos terrones de azúcar de ésos.

Hagrid aprovecho para hablar con Potter.

—Son hermosos...

Le acaricié el cuello como todos.

La noche anterior a la segunda prueba, el mismo frío abundaba la sala común mientras observaba a una muchacha de séptimo curso con cabellos negros y cortos acostada en el sillón.

Enamorada de Potter (Harry Potter y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora